La visión cotidiana de imágenes bélicas, acompañada por el sentimiento de impotencia para detener esta espiral de violencia, tiene el riesgo de acostumbrarnos y de dejar de herir nuestra sensibilidad. La paz, la paz añorada, parece imposible. ¿Cómo conseguirla? En determinados cuarteles aparece una frase que dice: «Si vis pacem, para bellum» [«Si quieres la paz, prepárate para la guerra»]. Thomas Merton, en Conjeturas de un espectador culpable, publicado en 1966, escribía: «Llega una carta con el slogan, en el matasellos, The U.S. Army, key to peace [«El ejército de los Estados Unidos, clave de la paz»]. Ningún ejército es clave de la paz, ni el americano, ni el soviético, ni ninguno. Ninguna gran nación tiene la clave de nada que no sea la guerra. El poder no tiene nada que ver con la paz. Cuanto más aumentan los hombres el poder militar, tanto más violan y destruyen la paz».
Cuando en cursos de trabajo personal pregunto cómo define cada uno la paz, la respuesta más frecuente suele ser como ausencia de conflicto. En mi opinión, esta respuesta no se ajusta a la realidad. El conflicto es un ingrediente casi inevitable en la convivencia humana. No hay que dramatizarlo cuando se produce. En general, mejor si se puede evitar. Sin embargo, lo importante es superarlo. Ahí radica la paz, en la superación del conflicto. En esta nueva situación, los vínculos se consolidan y las relaciones llegan a ser más consistentes.
Thomas Merton no relaciona el poder militar con la paz sino con su destrucción. Ciertamente, los conflictos internacionales son a veces muy difíciles de resolver. La situación de Israel y Palestina con Hamás en Gaza i Cisjordania, juntamente con Hizbulah, en el Líbano, es tremendamente compleja. ¿Cómo resolverla? La guerra entre Rusia y Ucrania es muy distinta, pero no hay manera de detenerla. Causas históricas, económicas y sociales se mezclan con el ego de los responsables y se encuentran atrapados en un callejón sin salida. Muchas otras guerras que no aparecen en las pantallas de televisión acumulan también destrucción y muerte. La escalada de violencia puede llegar a tal nivel que se produzca un desenlace apocalíptico. Justamente, porque el poder militar alcanza niveles impensables. Los drones no solo sirven de espectáculo nocturno en las fiestas mayores, sino que se convierten en portadores de muerte y de violencia. Si el poder militar no asegura la paz, sino todo lo contrario, quizá la lucha democrática ha de consistir en buscar mejores alternativas para consolidar la paz: la justicia, el fortalecimiento de la fraternidad universal, la creación de organismos internacionales que no estén secuestrados por intereses partidistas… La paz no es nada fácil, porque hay personas y colectivos que buscan en el conflicto sus propios intereses: poder y dinero. Siempre será así y habrá que estar vigilantes para atenuar al máximo sus efectos nefastos. La paz es un bien que podemos degustar a cuentagotas… porque nuestro afán de poder nos la destruye. Se trata de un don de Dios del que nos hemos de hacer dignos de vivirlo cada día. En el nacimiento de Jesús, resonaba el canto angélico: «Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad».