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Nuestra experiencia del tiempo bascula entre dos límites: el principio, que es el nacimiento, y la muerte, que es el fin. La eternidad, en cambio, no tiene ni principio ni fin. Se trata de otra realidad distinta, infinita, ilimitada. La vida humana, desde la creencia, combina la finitud con la perpetuidad. En espacio, los límites son evidentes, pero las dimensiones interestelares nos sobrepasan y provocan una sensación inevitable de la propia pequeñez.

En nuestro mundo interior, en la mente y en el corazón de cada persona, los límites adquieren otros significados. Aparecen frases de gran impacto que, con frecuencia, difunden los libros de autoayuda, tales como: «Tú puedes con todo», «Tu único límite es tu mente», «Todo depende de ti», «La única limitación es la que te pones tú misma», «Piensa que eres capaz de todo y lo lograrás», «Yo soy capaz de todo lo que puedo imaginar», «Cree en ti mismo y todo será posible», etc. En el mundo subjetivo, estas frases adquieren gran relevancia, pero cuando se confrontan con el mundo objetivo no prestan el mismo servicio. El estímulo que contienen se transforma en autoengaño. Los límites existen. Desconocerlos conducen más a la frustración que a la superación. Querer conocerlos es muy útil, para no emprender aventuras abocadas al fracaso. Con sensatez, es importante desafiarlos para valorar las propias capacidades, para ensanchar horizontes, para descubrir en sí mismo nuevos talentos. Valentía y humildad son dos requisitos indispensables en esta tarea.

Los límites son necesarios para vivir la propia realidad. Sin límites, no sabemos quiénes somos. Sin límites, en temas de género, se crea confusión y desconcierto en niños y adolescentes. Sin límites, no hay juego posible porque no existe campo de juego. Confundir la realidad objetiva con mis fantasías, deseos y emociones, suele ser gran fuente de desengaño.

En el paraíso terrenal, según el Génesis, todo está a disposición del hombre y de la mujer, todo es formidable. No obstante, incluso en el paraíso existen límites. Adán y Eva pueden comer frutos apetitosos de todos los árboles, menos del «árbol de la ciencia del bien y del mal». Éste es el único límite, pero ellos caen víctimas de la omnipotencia infantil del deseo y son expulsados del paraíso. Nuestra grandeza consiste en aceptar los límites, porque somos seres limitados, y en abrir nuestra mente y nuestro corazón al Infinito.

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