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Edith Eger, según su relato autobiográfico que se puede leer en su libro conmovedor La bailarina de Auschwitz, trabajaba como psicoterapeuta «con una madre soltera con cinco hijos, que estaba en paro y era discapacitada física además de sufrir una depresión». Se implicó de tal modo en el caso que ayudaba a esa madre de todas las maneras posibles. Mientras hacía la cola en la oficina de la asistencia social, sintiéndose buena, generosa y libre por la ayuda que estaba prestando, brotó de su interior una voz que le dijo: «Eddie, ¿qué necesidades estás cubriendo?». Afirma que se dio cuenta que la respuesta no era «Las de mi querida paciente», sino que la respuesta era «Las mías». Hacer cosas para la madre soltera le hacía sentirse bien consigo misma, pero estaba pagando sin darse cuenta un precio, porque estaba incapacitando a la persona a la que quería ayudar. Cambió la pregunta que habitualmente formulaba a sus pacientes: «¿En qué puedo ayudarte?» por «¿En qué puedo serte útil?». Un buen trabajo consiste en acompañar a alguien sin anularle la asunción de su responsabilidad, valor que se considera irrenunciable.
Las personas que se dedican a las obras sociales o a ser cuidadoras, sean educadoras o trabajadoras sociales, sean psicoterapeutas o voluntarias, etc. corren el mismo riesgo que Edith Eger. Por ello, es importante que sean conscientes de sus motivaciones a la hora de vivir su solidaridad. ¿Se entregan generosamente a los demás o los utilizan para cubrir sus propias necesidades? En este caso, no empoderan a las personas que viven con dificultades, sino que cronifican su dependencia. Pueden ser bien valorados, incluso recibir la admiración por su entrega y su cercanía con las personas vulnerables o que viven inmersas en sus problemas, pero su actuación no deja de ser autorreferencial. Cuidar a los demás viene ser cumplir la función de una cintra, es decir, ser una bastida que sostiene una bóveda, un arco en construcción, hasta que se pone la clave. Actuación eficaz, pero provisional. Estar en el momento justo para después desaparecer, porque ya no hace falta. Ayudar a las personas sin que dejen de ayudarse a sí mismas.
Ser consciente es el primer paso para mantener una relación con las tres características básicas para que sea saludable: la verdad, el amor y la libertad. No basta con una de ellas. Se requieren las tres, integradas armónicamente, al menos en un nivel suficiente. Alguien puede ser determinante, incluso sin pretenderlo, para que una persona dé un giro importante en su vida, realice un cambio sustancial, supere un obstáculo que podría parecer insalvable… Encontrar ese alguien es un regalo que no tiene precio. Te enfrenta a tu propia verdad, te ama más allá de tus defectos y carencias, te respeta tu libertad para ser lo que estás llamado a ser. Jesús de Nazaret sanaba a las personas y las empoderaba. Cuando decía «levántate» significa que ponía a cada uno sobre sus propios pies. Después añadía: «tu fe te ha salvado». Humildad i discreción máxima del buen cuidador.
 

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