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He tenido la oportunidad de dirigir unas breves palabras en una reunión de responsables de obras sociales. Personas comprometidas con su misión y entregadas a realizar su aportación al servicio de colectivos vulnerables. No he tratado tanto de ensalzar su trabajo como de compartirles una convicción de fondo. No hay transformación social sin transformación personal. Me remito al capítulo 5 del cuarto evangelio. Junto a la Puerta de las Ovejas, había una piscina que llaman en hebreo Betesda. A su alrededor estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. Es decir, un colectivo de marginados, descartados de la sociedad. Se creía que cuando bajaba el ángel y removía sus aguas, el primero que se metía en la piscina se curaba de su enfermedad. Entre ellos, había un hombre que llevaba 38 años enfermo. A la pregunta que Jesús le formula, responde: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Para este enfermo, el problema estaba fuera de su alcance. No tenía a nadie. También la solución estaba fuera: en el agua de la piscina. De esta manera, llevaba 38 años sin mejorar.

La pregunta en la vida, en la relación terapéutica, es clave. La pregunta de Jesús es tan profunda como desconcertante: «¿Quieres curarte?» Apela al interior de la persona. No pierde tiempo en buscar fuera la solución del enfermo. La palabra enfermo significa que carece de firmeza, de consistencia, que se cae, que se desmorona. Por esto, Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». Primero, se trata de poner a la persona sobre sus propios pies, recuperar firmeza. Segundo, no va a prescindir de la camilla, pero va a ser capaz de llevar sobre sí la mochila de la vida, las heridas y las frustraciones. A partir de ese momento ya no le paralizarán por más tiempo. Los educadores sociales no eliminan las mochilas de nadie, las camillas de nadie, pero pueden ayudar a sobrellevarlas. De eso se trata. Tercero, echar andar, recuperar el dinamismo vital, abrir nuevos caminos, alcanzar nuevos horizontes. La intervención de Jesús se enfoca a la transformación personal, sin la cual no hay transformación social.

Un niño estaba realizando un puzzle del mapamundi. Tantas piezas pequeñas sobre un mundo tan grande le desanimaron. Sus padres le dijeron que podía dar la vuelta a todas y a cada una de las piezas del puzzle. Poco después, había conseguido construir la figura de una persona. Es deci, bastaba dar la vuelta al conjunto para tener resuelto el mundo. El precio de la transformación social es la transformación personal. Los hombres y las mujeres que se dedican a la acción social conviene que lo tengan en cuenta. Tienen una magnífica oportunidad de producir cambios importantes en la vida de las personas vulnerables que alimentan la fuerza de su esperanza. ¿Cómo va a cambiar el mundo quien es incapaz de cambiarse a sí mismo? Sin esta dimensión interior, sólo se siembra sufrimiento y desolación. La imposición ideológica suele estar muy alejada de la transformación del amor.

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