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Cuando en un momento de pausa uno repasa su propia vida, ¿a qué conclusiones llega? ¿Qué sentimientos surgen cuando vienen a la memoria situaciones difíciles, sufrimientos personales, frustraciones sin paliativos? En realidad, ¿qué grado de objetividad existe en los recuerdos de la memoria? ¿Cómo cicatrizar las heridas, recibidas en los primeros años, pero que aun supuran porque no están curadas? He leído el libro Escapar para vivir. El viaje de una joven norcoreana hacia la libertad de Yeonmi Park, que publicó en inglés en 2015 con el título In Order to Live. A North Korean Girl’s Journey to Freedom. Acabó de redactarlo a los 21 años y actualmente tiene 30. El relato resulta impactante y afloran situaciones dramáticas de alto voltaje, como hambre, pobreza, abusos, inseguridad, enfermedades… en un entorno político carente de libertad. Los precios personales y familiares que paga para conseguir la supervivencia se adentran incluso en la trata de personas. Su itinerario parte de Corea de Norte, pasa por China y Mongolia hasta alcanzar Corea del Sur. Recuerdos de una niña adolescente hasta ser una mujer joven. Tras aparecer en un programa de televisión, que catapultó internacionalmente su figura, tomó una decisión: «Escribiría toda mi historia, por completo, sin guardarme nada acerca de mi propia experiencia en el mundo de la trata de personas. Para que mi vida tuviera algún significado, esa era la única opción».

Afrontar el pasado no resulta nada fácil. Cuando una narración autobiográfica llega a los lectores, como ocurre en el caso de Yeonmi, se entrecruzan dos sesgos: el sesgo de la autora junto con el sesgo del lector. Con frecuencia, ambos son determinantes. Repetir su autobiografía muchas veces en medios de comunicación muy diversos permite advertir contradicciones, que pueden poner en duda la veracidad de los hechos o, al menos, de las valoraciones que se hagan de los mismos. La política norcoreana complica los hechos y, especialmente, más aun, cuando tras su publicación la autora ha tomado postura como activista en temas controvertidos y se ha posicionado sobre cuestiones polémicas.

Sin dejar de ser ciertas estas apreciaciones, el género autobiográfico tiene indudables valores. Se trata de afrontar la verdad sobre la propia vida. La verdad hace libres, pero a menudo puede ser muy dolorosa. Existen riesgos tales como edulcorar algunos capítulos de la propia vida, generar zonas de olvido, que se borran de tal modo como si nunca hubieran ocurrido… Leer a Yeonmi Park impacta, pero también hace replantear la vida del lector que, incluso sin tener un mínimo parecido con la tragedia vivida por ella, tiene que enfrentarse con sus propios demonios, con sus resentimientos, con sus heridas, con sus frustraciones, con sus fracasos… También existen, sin duda, capítulos de belleza y satisfacción. Escribir la autobiografía, aunque sean unas pocas páginas, o al menos reflexionar sobre ella, abre unos horizontes de autocomprensión y de sentido. Es sanador y terapéutico. Al menos, aparecen situaciones para agradecer y otras que conviene resolver para encontrar una paz más profunda. Las heridas que no se curan fácilmente se pueden gangrenar y hacen más daño del que uno a veces llega a tener consciencia.

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