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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

La naturaleza utiliza todo tipo de líneas. La línea del horizonte, donde se encuentra el cielo y el mar siendo difícil distinguir uno de otro. La línea serpenteante de los meandros de un río. La línea que construye una cadena montañosa. Las de la naturaleza son variadas y existen sin más, con mayor o menor impacto. Hay otro tipo de líneas, las que construimos los hombres de manera arbitraria. Marcan territorio, donde se juega la supervivencia y la posesión. Muchas reciben el nombre de fronteras, que excluyen a los que no están dentro de ellas. En el fondo, las fronteras son las cicatrices de la historia. Se han dibujado con violencia y con abuso de poder.

El pasado 18 de junio, la Tribuna Joan Carrera acogió la intervención de Santiago Agrelo, franciscano y obispo emérito de Tánger. Versó sobre Migrantes, una realidad a la luz de la fe. En ella, afirmó con contundencia: «Las fronteras matan y solo están para impedir la entrada de los pobres». Para que las noticias sobre las numerosas personas que perecen en su intento de cruzar las fronteras, se utiliza una estrategia sutil y un engaño que hay que desenmascarar. Para que las muertes no preocupen y se vean como peaje normal e irrelevante, hay que deshumanizar a quienes intentan atravesarlas. Se les presenta como «irregulares, ilegales, sin papeles...». Se trata de desposeerles de su dignidad personal. Adjetivarles como «un peligro y una amenaza». No se les llama pobres, sino delincuentes, que «asaltan e invaden». Se les considera como «un ejército, una ola, un alud, un mal». Hay también otros colectivos en la sociedad que, por motivos políticos, sociales o económicos, se pretende deshumanizar. De este Así es más fácil combatirlos. Se intenta que pierdan la dignidad y el respeto. De este modo, no tienen derecho a vivir. Por este motivo, su muerte resulta irrelevante o se reduce a una estadística repetitiva, que esconde una tragedia inmensa.

Ciertamente, afrontar el reto de la inmigración requiere una respuesta social, política y económica de gran calado. Deshumanizarla no es la solución, pero manipularla, tampoco. Utilizarla por interés electoral o para generar miedo y rechazo, es perverso. Se ha convertido en un arma arrojadiza entre partidos políticos, que se utiliza sin ningún escrúpulo para reforzar las propias posiciones. Al hablar de personas, hay que compaginar el capítulo de los derechos con el de los deberes, estudiar las causas que generan grandes movimientos migratorios para intervenir en ellas, etc.  Verse privados del pan para comer o de los mínimos recursos sanitarios es muy grave, pero aun duele más verse sin derechos, sin futuro, sin esperanza. Se trata de «muchas vidas que se rompen», como recuerda el papa Francisco en Fratelli tutti.

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