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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

El tiempo… Desde el primer instante de la concepción, el cronómetro de la vida se pone en marcha con dos tareas. Primero, sumar. Les segundos se suceden unos a otros de manera inexorable y se acumulan los años. Segundo, restar. Los segundos, en su cuenta atrás, van descontando el tiempo que queda de vida y aparece la sensación de fugacidad. Séneca escribió el libro La brevedad de la vida (De brevitate vitae), que viene a ser una meditación filosófica sobre el tiempo. Un tema que toca de cerca a todos. El precio que estoy pagando por escribir este artículo es dedicarle tiempo. Los lectores pagan también el suyo leyéndolo. Pero la visión de este filósofo cordobés apunta a dimensiones aun más profundas.

En el segundo capítulo cita la frase de un poeta: «Diminuta es la parte de vida que vivimos». Y añade: «El resto del lapso de tiempo, en efecto, no es vida, sino mero tiempo». Estar ocupados es el objetivo. Acaso mejor, es la distracción. No es lo mismo plantear la vida como pasatiempo, como acumulación de años, que vivirla a fondo, con conciencia y sentido. Séneca no teme desenmascarar actitudes superficiales, ya que lo que está en juego es demasiado importante para dejar de tenerlo en cuenta. Afirma: «No tenemos poco tiempo, sino que perdemos mucho (…) No recibimos una vida breve, sino que la hacemos breve. No somos pobres, sino malgastadores». No es de extrañar que las personas que han estado a punto de perder la vida por una enfermedad o por otro motivo, replantean su vida desde un nivel más profundo. No se trata de vegetar, sino de vivir. Como le ocurre a Kanji Watanabe, protagonista del filme japonés Ikiru [Vivir] de Akira Kurosawa. Tantos años deambulando sin haber realizado ninguna aportación. En sus últimos meses de vida adquiere una conciencia tal que se transforma. La lucha por realizar un parque público infantil da sentido a su existencia.

Con frecuencia, el exceso de ocupación es una estratagema para dejar de estar consigo mismo. Séneca lo detecta con sutileza: «Nunca dejan que vuelvan a sí mismos». Incluso cuando se cree que se atiende a los demás, no siempre significa que en realidad querías estar con otro «sino que no podías estar contigo mismo». Abordar este tema en profundidad implica el riesgo de atravesar un campo de minas: el tiempo como productividad y como una manera de convertirlo en oro, el tiempo como realización personal equivalente a desentenderse de los demás y de los compromisos adquiridos… Las opciones de vida, sean las que sean, requieren su tiempo.

La lectura de este libro de Séneca, cuya brevedad no solo está en el título sino también en la extensión de sus páginas, nos sitúa ante un tema de gran actualidad y de enorme importancia vital. ¿Cómo vivo mi tiempo? ¿Mi existencia es un pasatiempo superficial que realizo inconscientemente o se convierte en una fuente de sentido? La búsqueda de la sabiduría que propugna Séneca se aleja de las pasiones y el desenfreno. En el fondo, la sabiduría no es solamente un placer intelectual, sino el modo de saborear la vida para disfrutarla en profundidad.

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