Unos meses atrás, en una conversación entre amigos, alguien comentó: «Pensándolo bien, los cristianos ya sabemos cómo terminará la historia; y a pesar de eso seguimos celebrando la Eucaristía cada semana y seguimos preparando las celebraciones cada semana como si fueran únicas». Después de esta afirmación un compañero le respondió: «Bueno, es que aunque siempre celebramos lo mismo, en el fondo, cada celebración es diferente». Y la conversación se transformó en un debate per ver quién tenía razón. En ese momento no se llegó a ninguna conclusión; pero hace poco encontré este fragmento del libro La misa dominical paso a paso, de Joaquim Gomis y Josep Lligadas, que me dio la respuesta.
Maria Guarch
Cada celebración es distinta
Puesto que cada persona es distinta, y cada grupo es distinto, también tiene que ser distinta cada celebración. En una en que la mayoría de asistentes sean personas mayores, todo será más pausado, e incluso alguna parte, por ejemplo, se cantará en gregoriano. En una con gente más joven el ritmo será más vivo, e incluso más agresivo.
Conviene tener esto en cuenta. Es conveniente que en cada parroquia y en cada lugar haya, en cuanto sea posible, celebraciones con características diferentes, para que respondan a los diferentes estilos y mentalidades. No se trata de hacer grandes cambios (no se trata de celebraciones de grupos concretos y homogéneos, sino de celebraciones abiertas), sino que el tono que tengan responda más particularmente a los diversos estilos de personas: con cantos más o menos vivos, con espacios más o menos amplios de silencio y música, con más movimiento de gente o con más tranquilidad...
En todo caso lo importante es ser muy fiel a la asamblea. Ello quiere decir, por ejemplo, no imponerle cosas que no le resulten adecuadas (por ejemplo, hacer intervenir en la homilía, decir plegarias espontáneas, cantar cantos muy rítmicos, a una gente que no tiene este talante: tales cosas, en efecto, pueden ser señal de viveza o de participación en algunas asambleas, pero en la mayoría la participación se manifestará de manera más tranquila). Y quiere decir, al mismo tiempo, ayudarla a dar los pasos que realmente le conviene dar y puede dar (desde lograr que los lectores se preparen bien, hasta enseñar a no escandalizarse el día en que los jóvenes que van a aquella misa lean unas plegarias de los fieles un tanto duras, pasando por crear una pequeña coral que prepare y sostenga el canto, etc.).
En el fondo, lo que resulta elemento decisivo es la sensibilidad litúrgica y la sintonía con la asamblea por parte de los responsables de cada celebración. Y para eso, claro está, no hay recetas.
Repetición y novedad
En la celebración hay un juego entre repetición y novedad, y realizar bien este juego es lo que le da gracia y ritmo.
Es importante que en la celebración haya repetición. Es decir, que resuenen en los fieles textos y palabras conocidos, a los que uno se pueda asociar con facilidad, con el corazón, sin tener la permanente preocupación de captar cosas nuevas. Poderse asociar con paz al padrenuestro, a la plegaria eucarística, a los cantos conocidos, ayuda de manera decisiva a la creación del clima de oración que la celebración debe tener.
Pero es importante, al mismo tiempo, que haya elementos nuevos, que den color a lo repetido. El elemento siempre distinto en la celebración es la lectura de la Palabra. Pero al mismo tiempo hay otros, en el nivel de los signos: la ambientación de la iglesia, las breves frases que colorean el gesto de la paz, aquel canto peculiar al cual hoy se da un relieve especial. Estas cosas ayudan a resaltar y dar personalidad propia a cada uno de los días y momentos, e impiden que la repetición se convierta en monotonía.
El juego y la dosificación de estos dos elementos, la repetición y la novedad, es una de las artes básicas que tendrían que dominar los responsables de las celebraciones.