Uno de los textos más bellos del Antiguo Testamento (Is 58,7-10) lo leemos hoy en la primera lectura. Pertenece a la tercera parte del libro de Isaías y es ampliamente aceptado que su autor fue un profeta desconocido que se suele llamar Tercer Isaías. ¿Qué pretendía el profeta con estas bellas palabras? ¿Qué quería decir? Para averiguarlo hay que tener presente el texto inmediatamente precedente a nuestra lectura y el contexto social y religioso que lo rodea. El regreso del exilio de Babilonia hacía tiempo que se había producido; este retorno iba acompañado de la euforia de la reconstrucción del Templo y el levantamiento económico del país. Dios debía propiciar estas circunstancias ventajosas. Pero los hechos desmintieron las esperanzas. El esplendor no apareció por ninguna parte. El desánimo se extendió por todas partes. Entonces surgió la pregunta de los versículos 58,2-3: ¿Por qué Dios se comporta de una manera que parece haber abandonado a su pueblo? ¿por qué no hace justicia? por qué no nos apoya? de qué sirve ayunar?
La cuestión del ayuno se convierte en un tema importante de todo el capítulo. Tras la pregunta viene la respuesta que está elaborada en dos partes. La primera es una dura crítica a la forma en que se hacen los ayunos: "En los días de ayuno solo miráis por vuestro interés" (v. 3) "os pasáis el ayuno entre pleitos y peleas" (v.4) No es suficiente vestir de negro y tumbarse en la ceniza (v.5). Sigue de inmediato la segunda parte de la respuesta que leemos en la lectura de hoy. En esta se expone cuál es el ayuno que el Señor quiere. El verdadero ayuno va unido a una ética social que conlleva liberar a los oprimidos, satisfacer el hambre, vestir a los desnudos, no señalar con el dedo para acusar.
El texto, además, apunta a la cuestión de la aceptación de los extranjeros. Por eso hay que fijarse en las palabras del comienzo del libro que dicen: "Los extranjeros que se han unido al Señor ... y se mantienen fieles a mi alianza yo los haré entrar en la montaña santa. Aceptaré sus holocaustos y sacrificios "(56,6). Es decir, gente que no son del pueblo de Israel pertenecerán a él como si lo fueran. Dios los aceptará igual. ¿Qué ha pasado para que el profeta proclame esto? En Jerusalén y esparcidos por el país, se había quedado gente proveniente de la dominación babilónica, personal instalado desde la época de la administración persa y seguramente artesanos y obreros venidos a raíz de la reconstrucción del templo. Mucha de esta gente habrían asumido las creencias religiosas de Israel, habrían puesto en práctica prescripciones judías como el ayuno o el sábado. Ante esto, en qué posición quedaban delante de Dios? Seguían privados de los favores de Dios reservados sólo para el pueblo escogido? El profeta proclama que hay un ayuno que es tanto o más válido que el ayuno que practica Israel vestido de negro y yaciendo en la ceniza. Un ayuno que encaja muy bien con la ética social de la preocupación por los demás.
Paralelamente a la presencia de extranjeros o quizás debido a ella, pervivía un segregacionismo (heredero de las tesis de Nehemías, 13,23-30), según el cual los extranjeros lo más lejos posible y, a ser posible, evitar tener con ellos cualquier tipo de trato.
El Tercer Isaías mata dos pájaros de un tiro: por un lado revive en su mensaje la dimensión social de la profecía clásica (véase como ejemplo: Am 2,6-8; 3,10; 5,7.10-12;) y por otra parte, con la proclamación de un nuevo estilo de ayuno, abre una vía de integración de unos extranjeros que, si no fuera por él, seguirían marginados y excluidos de un Israel que cree tener a Dios en exclusiva.
Domingo 5º durante el año. 5 de Febrero de 2017
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