Comentario a la segunda lectura de la Festividad de la Santísima Trinidad. B
En la segunda lectura de la festividad de la Santísima Trinidad leemos un pequeño fragmento del capítulo 8.º de la carta a los Romanos (Rm 8,14-17). Todo el capítulo es de una gran belleza desde el punto de vista literario y de una teología muy elaborada.
El pasaje que leemos describe los efectos liberadores del Espíritu que habita dentro de los seguidores de Jesús que viven su vida no según la carne sino según el Espíritu. El Espíritu de Dios habita en el creyente gracias al acontecimiento liberador de la cruz y la resurrección de Jesús. El Espíritu conduce a los creyentes hacia Dios que se dirigen a Él como Padre porque han recibido la filiación adoptiva.
En el texto juega un papel importante la contraposición entre hijos y esclavos: “Todos quienes son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Porque vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos que os haga volver a caer en el temor” (Rm 8,14-15.ª). La expresión “hijos de Dios” aplicada a personas humanas no es nueva. Los reyes, héroes, emperadores y faraones eran considerados hijos de la divinidad. En el Antiguo Testamento la encontramos en el libro del Deuteronomio “Vosotros sois hijos del Señor, vuestro Dios” (14,1) y también en el libro de la Sabiduría: “Si el justo es hijo de Dios, Dios se pondrá a favor de él” (Sv 2,28); lo que ocurre es que después de la liberación realizada por la muerte y resurrección de Jesús la expresión adquiere un significado mucho más profundo tal como Pablo nos hace descubrir en este pasaje.
Cuando Pablo habla de los hijos de Dios tiene la mirada puesta más en el derecho romano que en los pasajes – a pesar de que los conoce bien- del Antiguo Testamento. Se vale de sus conocimientos de derecho romano para usar la adopción como imagen de las relaciones con Dios de los creyentes que han recibido el Espíritu. El derecho romano preveía que se incorporaran a una familia individuos nacidos fuera de ella y en virtud del reconocimiento efectuado por el “pater familiae” pasaban a ser hijos de la nueva familia que los adoptaba con todos los derechos y sin diferencia de los hijos biológicos debidamente reconocidos.
Una vez hijos, y tal como pasa entre padre e hijo, se establece una relación de confianza íntima. Relación impensable en el caso de ser esclavo. Esta confianza se expresa en el hecho de dirigirnos a Dios diciéndole “Abba”. Es el término popular con que los niños se dirigían al padre, sería el equivalente a ”papi” o “papa”. Con esta expresión Jesús en Getsemaní se dirige al Padre en el momento supremo de su confianza en Dios (Mc 14,36).
Esta experiencia de confianza tiene que disipar todo tipo de temor. El Espíritu libera de una imagen terrorífica de Dios quizás presente al Antiguo Testamento cuando Isaías dice: “escondeos bajo tierra, de pánico ante el Señor, ante su terrible majestad” (Is 2,10) pero muy lejos de esta paternidad entrañable que se consigue por la posesión del Espíritu.
Cuando en este texto se habla de esclavo no se refiere a la situación laboral que vivían los esclavos (parece ser que muy variada) sino en la situación jurídica de los esclavos. A diferencia de los hijos, el esclavo es quien no tiene ningún derecho ante nadie. Está en una condición de sumisión total ante el amo. Esto es lo que interesa a Pablo.
En lenguaje bíblico la esclavitud fue la de Egipto (Ex) pero también nos hace pensar en la estricta disciplina de la ley - la Tora – una disciplina a la cual judíos se sentían obligados, una disciplina tan rigurosa que inspiraba temor. Al fin y al cabo, quien aspira guardar la ley en todo su detalle sin caer en algún fallo (de aquí el temor) significativo? Pero, Cristo nos ha liberado de la esclavitud de la ley (Rm 6,15; Gl 4,24) y también del pecado (Rm 6,6) que la ley no había podido eliminar. Estos son las esclavitudes que preocupan a Pablo y de las que libera la condición de hijos de Dios otorgada por el Espíritu de Jesús resucitado.
Festividad de Santísima Trinidad 26 de Mayo de 2024.