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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

El pasado 11 de julio, solemnidad de san Benito de Nursia, el Monasterio de Poblet fue el magnífico escenario de la bendición abacial de fra Rafel Barruè, su nuevo abad, conferida por fra Mauro-Giuseppe Lepori, abad general del Orden Cisterciense, rodeado de las comunidades de Poblet y de Solius, así como de varias abadesas de monasterios femeninos. Los obispos de las diócesis catalanas participaron en el acto litúrgico. La numerosa presencia de los efectivos de los Mossos d’Esquadra en las inmediaciones hacía prever la asistencia del presidente de la Generalitat, con su comitiva, como así fue. El pueblo sencillo no quiso perderse la celebración, así como familiares del abad procedentes de Villarreal, su lugar de nacimiento. De forma masiva y serena, todos los presentes nos sumergimos en el canto gregoriano, en la sobria arquitectura del templo, en el ritmo pausado del tiempo, en los ritos litúrgicos preñados de profundos sentidos.

La contraportada del folleto, de forma muy creativa, combina cuatro palabras en catalán, cada una de ellas de siete letras, que se agrupan de cuatro en cuatro en torno a siete pequeños cuadrados. El título de la página reza así: «Proyecto de un claustro abierto». Las palabras son el eco del lema abacial «Dios es Amor» (1Jo 4-8): amar, escuchar, palabra y silencio. El nuevo abad integra su vocación de monje cisterciense con sus estudios universitarios de Bellas Artes. Expresa su latido monacal a través del lenguaje artístico. No renuncia al claustro ni se encierra en él, sino que lo abre a todos. Por esto, no es extraño, que en su alocución final dijera: «Necesitamos silencio monástico, y eso vale para todos.». Días antes, en la sala capitular reflexionó sobre la escucha: «Escucha, qué bueno que es saber escuchar. Qué bueno que es saber silenciar los ruidos, para así permanecer con la oreja del corazón bien atenta a las prescripciones de la Palabra de Dios. Hoy debemos preguntarnos si tenemos corazón. Y si lo tenemos, si nuestro corazón tiene orejas para escuchar. Porque muchas veces se cae en la falsa sabiduría que el orgullo alimenta y se cree que como todo se sabe no hay que escuchar nada de nada. Y así podemos lanzar fuera de nuestro corazón cualquier experiencia de Dios». La escucha está vinculada al silencio que posibilita la audición de la palabra y radica en el amor, cuya sede se encuentra en el corazón, que es mucho más que la sede del sentimiento.

Raimon Panikkar, en su libro Elogio de la sencillez desarrolla el tema del arquetipo de monje. Según él, «lo monacal, es decir, el arquetipo del cual el monje es una expresión, corresponde a la dimensión de lo humanum, de modo que todo ser humano tiene potencialmente la posibilidad de realizar esta dimensión». Todos nos sentimos interpelados por estas cuatro palabras: amar, escuchar, palabra, silencio. Panikker sigue diciendo: «No todo el mundo puede o debe entrar en un monasterio, pero todo el mundo tiene una dimensión monástica que debe ser cultivada». El nuevo abad de Poblet nos invita a entrar en este claustro abierto, sin dejar de estar donde vivimos. La invitación está. Basta aceptarla.

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