1. ¿Es posible el perdón?
La primera cosa que necesitamos creer es que Dios –solo Dios– puede borrar nuestros pecados, como si nunca hubieran existido.
Cuando Jesús dijo al paralítico: "te son perdonados los pecados" los maestros de la Ley, que se encontraban allí, pensaron: "éste blasfema", porque solo Dios puede perdonar los pecados. Tienen razón en decir que solo Dios puede perdonar los pecados. Por eso, Jesús dice que Él tiene el poder de perdonar porque el Hijo de Dios, al nacer eternamente de la entraña del Padre, es "Dios de Dios" y "Luz de Luz".
Por ello, nosotros podemos suplicar con espíritu de conversión recitando el principio del salmo 50: "Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado".
2. ¿Cometemos pecados?
Pero hay todavía un problema previo. ¿Cometemos pecados? ¿O quizás deberíamos hablar de "cometer errores", como lo hace en ocasiones el Antiguo Testamento que muestra conductas erróneas, que no llevan a ninguna parte, que son caminos "perdidos"?
¿Acaso el pecado no es un error y, a veces, un inmenso error? Los caminos perdidos, erróneos, son la cara opuesta de la "salvación", que es el camino que hizo Jesús hacia el Reino del Padre. Del mismo modo, para nosotros, la salvación es el camino acertado que, con Jesús, conduce al encuentro del Padre en la Verdad, el Amor y la Vida del Espíritu Santo.
Pero ¿hay realmente caminos errados o son todos igualmente buenos o malos? ¿Hay una ética basada en lo que es bueno y hace bien a la persona humana o bien "vale todo", codicia, violencia, egoísmo, manipulación...?
En este sentido, es bueno preguntarse por los sujetos responsables de la Shoá, el holocausto que sacrificó millones de judíos.
Es bueno preguntarse por los sujetos responsables de los malos tratos hasta infligir la muerte a tantas mujeres en todo el mundo, víctimas sobre todo de los compañeros con los que convivían.
Es bueno preguntarse por los sujetos responsables de quienes especulan sin producir ningún valor que necesite la sociedad, al contrario, ya que llevan al repentino empobrecimiento y a la ruina de otras personas.
Incluso, en la vida familiar, que tanto respeto me merece y solo la trato desde un afecto cercano, contemplo a veces –y me hacen sufrir– algunas maneras de actuar de las parejas, que pueden llevar tarde o temprano a la ruptura, o bien que llevan a un estado de alejamiento o ruptura práctica con los hijos. Son perspectivas erróneas.
3. El Espíritu Santo es el perdón de los pecados
Este tema lo traté ya en el artículo "Creo en el Espíritu Santo". Me limitaré a remachar un punto: el Espíritu Santo es también perdón y vida en la vejez de las personas. Cuando decaen las fuerzas y crecen las limitaciones del cuerpo, creo que el Defensor –el Paráclito– hace que se afine el vigor de nuestro espíritu: las oscuras raíces escondidas que molestan a los otros y nunca acabamos de quitarnos de encima, disminuyen y son enderezadas por el impulso suave del Espíritu Santo. Estas raíces tienen nombres diversos: miedo, impaciencia, ambición, quererlo todo bajo control, imposición, manipulación...
El Espíritu, en cambio, fomenta en nosotros las actitudes de Amor, misericordia, paz, humildad, serenidad, paciencia, compasión, bondad, perdón, agradecimiento, acción de gracias... (Ver Colosenses 3, 12-17) ¡Cuánto trabajo hace el Espíritu en nosotros!
Jesús precede a veces la acción del Espíritu con su palabra que sacude los interlocutores y crea en ellos una predisposición para recibir el Espíritu. Por eso califico de "dulce terreno" esa palabra de Jesús: "hombre de poca fe, ¿por qué has dudado", dice Jesús a Pedro cuando éste agarra al Señor para no ahogarse, "faltos de conocimiento y pesados de corazón", escuchan los discípulos de Emaús como un preludio de la recepción del Espíritu que les hará descubrir el Maestro y los llevará de la tristeza a la alegría que nadie les robará.