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Me gusta mucho fijarme en los evangelios difíciles y llegar a soluciones que son vivencias sencillas, religiosas. El Evangelio de las cinco vírgenes prudentes y las cinco necias que no tienen aceite para sus lámparas y son rechazadas en el Banquete de Bodas no es un relato difícil pero tiene tres puntos desagradables para la sensibilidad de hoy. 

La costumbre que el novio tenga unas "damas de honor" resulta obsoleta y más que sospechosa de machismo; nos extraña también la tacañería de las "vírgenes prudentes", un título que contrasta con su escasa solidaridad, y encontramos rigurosa la severidad del novio que no quiere abrir la puerta a las "necias". No acabamos de asimilar que a Jesús no le desagrada que los personajes ficticios de sus parábolas sean personas de poca altura moral, como el administrador infiel, o de pocos recursos humanos, como el que guarda el talento en el pañuelo en vez de ponerlo a interés. 

Para entender el evangelio, lo mejor es situarnos. Y nos ayuda a situarnos la primera lectura del libro de la Sabiduría, que presenta un contraste que siempre me ha llamado la atención: Dios lo hace todo: nos da la sabiduría e incluso el deseo de poseerla. Pero la persona que se encuentra ante Dios -hombre o mujer -no es un cero a la izquierda. En definitiva, algo hace: busca la Sabiduría, la desea, madruga para recibirla, la encuentra, la medita ... Y, si la busca, la encuentra, y si madruga para encontrarla, ve que la Sabiduría está sentada a la puerta. 
Esta expresión me recuerda a Poncio Pilato que tenía ante sí la Verdad, pero como no hizo nada para amarla y encontrarla, la Verdad pasó por delante sin entrar en su corazón. El Eterno, Jesús, llama a la puerta del gobernador, pero éste no le abre, y no puede haber encuentro ni cena (Ver Apocalipsis 3, 20) . La Eternidad pasa se desliza en el tiempo, pero el tiempo no queda iluminado por el Eterno. Falta algo, pequeño tal vez, como un acto de simpatía, de amor, pero imprescindible. Y, además, intransferible: nadie lo puede hacer por mí. Cada uno debe hacer lo que le toca hacer: amar a Dios, buscarlo. Y también, hacer un nuevo acto de amor por la pareja cuando asoma el peligro de la indiferencia en las familias. 

Y eso es lo que quiere decir, en voz alta, el evangelio de las diez vírgenes: debemos buscar a Dios y su sabiduría, "sensatez" de todos los sensatos. Hay que estar situados y preparados, porque el Novio nos sale al encuentro y lo tenemos que recibir. "Velad, porque no sabéis el día ni la hora", y hay que estar en el lugar adecuado y en el momento oportuno. Todos los futbolistas lo saben: en el lugar adecuado y en el momento oportuno se hacen los goles y se toma el balón al contrario que se desmarca.

Velad, quiere decir -como dice el salmo 62 - que el amor de Dios vale más que la vida y que mi alma está unida a Dios. Pero de hecho, nosotros no lo buscamos con ganas de encontrarlo, no lo deseamos como el don más grande que nos acompaña y nos da alegría, no "queremos estar siempre con el Señor" (1 Tesalonicenses 4, 17 b). El Cuarto Evangelio presenta a menudo estos contrastes entre las personas débiles, pequeñao y pecadores de la tierra y el Santo de los Santos que se hace encontradizo. En positivo tenemos la Samaritana o el Ciego de nacimiento ante Jesús. En negativo, Pilato. ¿Qué necesita el hombre? No hacer un solemnísimo acto de fe con orquesta y platillos. Seguramente tenemos que levantar los ojos a Dios y hacerle nuestro acto de amor más íntimo y más humilde. Atención: todo será iluminado.

Salm 62

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