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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

El reciente enfrentamiento de Hamás con Israel ha dado pie a una guerra que tendrá posiblemente un altísimo coste de vidas humanas. El número de víctimas aumenta día a día. Las reacciones sociales y políticas a nivel internacional han sido muy dispares y se han polarizado. Analizar los hechos suele ser una tarea compleja. Mas aun, cuando se ahonda en su raigambre histórica. No obstante, hay un principio claro: «Quien no toma parte a favor de todas las víctimas, no está a favor de ninguna». La razón es evidente. Se las utiliza y se las convierte en arma arrojadiza contra los adversarios. Lamentablemente, hay tantos ejemplos de estas prácticas discriminatorias… Se reacciona de un modo u otro, según quien sea el agresor o el victimario. Las víctimas se deshumanizan, dejan de ser un problema humano para transformarse en un argumento dialéctico. Entonces, existen víctimas de primera clase, víctimas de segunda clase… y víctimas de las que nadie se ocupa, que pasan al anonimato y que se sumergen en la invisibilidad.

Un análisis profundo de la realidad de la víctima lleva también a desinstalarse de las posturas políticamente correctas, de las afirmaciones a menudo muy cuestionables y de la reducción del problema a una dinámica emocional. El reconocimiento del daño y de la dignidad de la persona son requisitos básicos, así como de su reparación si es caso, pero no basta. Para obtener una mayor lucidez en este tema, la lectura de Crítica de la víctima, obra de Daniele Giglioli, resulta muy recomendable. La frase de inicio ya resulta impactante: «La víctima es el héroe de nuestro tiempo». Regodearse en la herida mantiene el estatus de víctima, puede proporcionar una serie de ventajas sociales, económicas y emocionales, pero compromete su superación. Importa que sanen. Hay intentos de crear un nuevo vocabulario y de llamar supervivientes a las víctimas. Quizás harán falta años de terapia, pero el objetivo es dejar de comportarse como víctimas y vivir una vida nueva. Un tratamiento efectivo necesita verdad, amor y libertad. Quien ha sido herido y mantiene la herida abierta, siempre sentirá dolor y tendrá riesgo de infección. Solo cuando se ha cicatrizado, queda el recuerdo y la señal, pero ya no duele. Se ha curado. Este es el objetivo. Por otra parte, ¿qué hacer con el verdugo, el agresor o el victimario? Siembran de víctimas, incluso de cadáveres, su trayectoria, pero no parecen ser conscientes del mal que ocasionan. No tienen en cuenta ni la razón ni la justicia. Se amparan en su poder. Ya en los salmos, hace ya más de 2500 años, esta preocupación se convirtió en plegaria: «Líbrame, Señor, del hombre malo y guárdame del hombre violento, los cuales maquinan males en el corazón y cada día provocan guerras. Guárdame, Señor, de las manos del malvado; protégeme del hombre violento, que ha pensado trastornar mis pasos.» (Sl 140).

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