Cuando se acerca el fin del año litúrgico el tema de las lecturas suele girar en torno a los tiempos últimos, así leemos hoy en el evangelio un fragmento de la segunda parte del capítulo 13 del evangelio de Marcos, dedicado en su totalidad a enseñar sobre dichos tiempos últimos.
La lectura comienza con una indicación temporal imprecisa. "Por esos días" en consonancia con el versículo 32 donde se dice que "de aquel día nadie sabe nada"; lo que sí es cierto es que ocurrirá después de la tribulación. El término "tlipsin", que traducimos por tribulación, significa aflicción, angustia, opresión, persecución. Aquí se refiere a las desgracias, persecuciones y calamidades descritas entre los versículos 5 y 23 del capítulo. Marcos quiere poner de manifiesto que el tiempo de la tribulación no es el tiempo del Hijo del Hombre, el advenimiento del Hijo del Hombre no coincide con la tribulación, sino que marca el comienzo de un tiempo nuevo, el ritmo del cual ya no estará marcado por el sol, la luna y las estrellas, que habrán perdido su fuerza. El tiempo de la tribulación es el tiempo de la misión evangélica, del seguimiento a Jesús, de la creación de comunidades, de persecuciones, de éxitos y fracasos. Es un tiempo largo, pero no un tiempo sin fin que culminará con la gran venida del Hijo del Hombre.
La descripción de esta venida en el texto de Marcos es más austera que la de Mateo (muy arraigada en la mentalidad popular), donde se separan las ovejas de las cabras (Mt 25, 31-46). En Marcos no hay juicio, tan sólo se produce la reunión de los elegidos, no se menciona ninguna condena a los no elegidos, no se dice nada de lo que les pasará, no se habla del infierno. Marcos no habla de lo que pasará al conjunto de la humanidad, sino que habla de los elegidos, porque le interesa más la teología que la historia. Tampoco hay ninguna lucha del Hijo del Hombre con sus enemigos tal como aparece en algunos textos de la literatura apocalíptica: "Los que lo habían atacado para matarlo, los consumió a todos y de ellos no quedó nada "(4 Esdras 13,11).
La tradición judía ya conocía la figura del Hijo del Hombre. En el texto que nos ocupa hay una referencia clara al libro de Daniel donde aparece (Dn 7,13-14). La novedad de Marcos consiste en identificar el Hijo del Hombre con Jesús. Marcos ha dicho que Jesús es el Hijo del hombre que cura y perdona los pecados (2,10); que sirve (10,45); que tiene que sufrir, morir y resucitar (8,31; 9,31; 10,33). El Hijo del Hombre, según Marcos, no es un ser indeterminado, divino o medio divino, un ángel mediador; es el mismo Jesús de quien los lectores de su Evangelio ya han oído hablar.
La finalidad de la venida del Hijo del Hombre es reunión de los elegidos; la harán los ángeles desde los cuatro vientos, es decir, una reunión que tiene alcance universal. Esto presupone que ha habido una misión de la Iglesia que ha llegado a ser universal y como resultado de esta misión algunos han recibido el mensaje y han seguido a Jesús, Marcos los llama elegidos. La reunión de los elegidos que propicia el Hijo del Hombre es lo contrario de la dispersión. El pueblo de Israel vivió la dispersión, en la experiencia del exilio por causa de su infidelidad a la alianza, concretada en el pecado de la idolatría (Dt 30,1-4; Ba 2,4). Ahora se produce el hecho inverso: los elegidos son la figura del nuevo Israel liberado definitivamente de cualquier tribulación.
La lectura termina con un aviso por apoltronados y fisgones. A los apoltronados les dice que no se fíen, que lo que ha de suceder sucederá de verdad y, parece ser, que no tardará mucho. A los fisgones que no especulen con el día y la hora, haciendo cálculos adivinatorios, alimentando profecías inútiles. Lástima que la lectura litúrgica haya omitido el consejo más decisivo: Velad.
Domingo 33 durante el año. 15 de Noviembre de 2015