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Comentario a la primera lectura del domingo 10.º durante el año. B

El texto que leemos en la primera lectura de este domingo (Gn 3,9-15) empieza después de la transgresión del hombre y la mujer en el paraíso e incluye la confrontación entre Dios y la pareja humana (3:8-13) y la maldición a la serpiente por haber tentado a la mujer (3:14-15). Después seguirán el anuncio de los castigos a la mujer y al hombre y la expulsión del paraíso, pero esto no aparece en la lectura litúrgica.

En su conjunto podríamos considerar el texto como un acto de pasar cuentas por parte de Dios. Sería una manera gráfica y descriptiva de plasmar lo que dice el libro del Levítico: “para pediros cuentas de haber roto mi alianza”. En otros lugares de la Escritura también aparece el pedir cuentas por parte de Dios. Así dice Jeremías: “¿No tengo que pedir cuentas por todo esto? En un pueblo como este, ¿no le tengo que darle lo que se merece? Lo digo yo, el Señor (5,9.29; 9,8). “Yo mismo os pediré cuentas, tal como merecen vuestras obras. Lo digo yo, el Señor” (Jr 21,14.ª). El mandamiento de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal es la Ley, la Torà expresión de la alianza de Dios con el pueblo. Adán ha transgredido el mandamiento y ha roto la Alianza por eso Dios le pedirá cuentas.

La “Shekinà” es el término que el judaísmo rabínico usa para hablar de la presencia de Dios. El lugar por excelencia de la presencia de Dios es el santuario del templo de Jerusalén pero esta presencia se hace extensiva a todo el mundo. Disfrutar de la presencia de Dios es el beneficio más grande que puede conceder el Señor; lo dice el salmo: “Me enseñarás el camino que lleva a la vida: alegría y fiesta en abundancia en tu presencia; a tu lado, delicias por siempre jamás” (Sl 16,11). En cambio, ser echado de su presencia es la peor de las desgracias y por eso lo salmista pide: “No me lances fuera de tu presencia, no me tomes tu espíritu santo” (Sl 51,13). Consciente de su pecado, Adán, el hombre, se esconde de la presencia de Dios. Mantenerse ante la presencia de Dios pide un comportamiento ético que Adán no ha tenido: “Señor, quien podrá estarse en casa tuya? Quién podrá vivir en tu montaña santa? Quien obra honradamente, practica la justicia y dice la verdad tal como la piensa” (Sl 15,1-2).

“Conocer el bien y el mal”. Cómo ha de entenderse esta expresión?. La palabra hebrea “yadà” (conocer) tiene un significado que no queda restringido únicamente al conocimiento intelectual; en su sentido más amplio quiere decir “tener experiencia”, “estar familiarizado con algo”. En este sentido, conocer el bien no nos ha de llevar a pensar en la capacidad de distinguir en el terreno moral lo que está bien y lo que está mal, no se trata simplemente de tener un conocimiento de las normas morales fundamentales. En mentalidad oriental el bien no es un ideal abstracto, general y universal sino comprender el bien es saber aquello que es provechoso y saludable para el ser humano; semejantemente el mal será aquello que es molesto, perjudicial. La serpiente, por lo tanto, no ofrece a Adán aumentar la capacidad de comprender, sino la autonomía que permite al ser humano decidir sobre aquello que le es beneficioso o perjudicial. De este modo el ser humano se escapa del cuidado que Dios tiene de él. Al crear el mundo, Dios había determinado aquello que era bueno (Gn 1,31), pero ahora es el ser humano quién lo determina por si mismo.

El ser humano pretende una autonomía moral que le permita decidir por él mismo lo qué es bueno y lo qué es malo. Antepone la confianza en él mismo a la confianza en Dios.

La sabiduría que buscaba el ser humano que lo llevaría a ser igual a Dios le habrá servido para darse cuenta de una realidad muy diferente: él está desnudo, es decir, ante Dios, él es muy poca cosa es un ser limitado, insignificante. Desnudo está necesidad de todo y por lo tanto no puede pretender erigirse autosuficiente ante Dios.

Domingo 10.º durante el año. 9 de Junio de 2024

 

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