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La alianza del Sinaí se describe en el corazón del libro del Éxodo (C.19). Los capítulos 16-18 están dedicados a narrar hechos acaecidos antes de la llegada al Sinaí. En el 16 y 17 se presentan tres peligros, que ponen a prueba la fidelidad del pueblo de Israel hacia el Señor, su Dios: el hambre (16), la sed (17,1-7) y la guerra (17,8-16). En la primera lectura de este domingo se lee el episodio de la guerra contra Amalec (Ex 17,8-13). El capítulo 18 está dedicado a presentar las buenas relaciones con los madianitas, pueblo de Jetró, suegro de Moisés. La mención de estos dos pueblos sirve para resaltar que por encima de todos los pueblos, Israel es el preferido de Dios. Los peligros y las pruebas muestran que, a pesar de todas las dificultades, que van presentándose en la marcha por el desierto, Dios no deja abandonado su pueblo: lo alimenta, sacia su sed y le concede la victoria ante los enemigos.



Los amalecitas eran descendientes de Amelec, nieto de Esaú, según Gn 36,10-12. Eran bandoleros de los desiertos, que rondaban por la península del Sinaí. Al enterarse de la proximidad del paso de una caravana de israelitas provenientes de Egipto y con una supuesta gran carga de tesoros, decidieron atacarla. La enemistad entre Esaú y Jacob (Gn 27) se repite aquí por obra de sus descendientes: amalecitas contra israelitas. La enemistad no acabará aquí, sino que perdurará en tiempos de Saúl (1Sa 15), hasta que serán derrotados definitivamente en tiempos del rey David (1Sa 30,16-20). Del pecado de los amalecitas nos da noticia 1Sa 15,2: "He decidido castigar lo que Amalec hizo a Israel cortándole el camino cuando subía de Egipto". Los amalecitas son culpables de impedir la realización de la gran promesa de Dios hecha a su pueblo: entrar y poseer la tierra prometida.



Muchos comentaristas ven en las manos alzadas de Moisés, sostenidas por Aarón y Hur, un gesto de oración y a esta oración, que no desfallece, se le atribuye la causa de la victoria. Pero en el texto hay un detalle que no se puede menospreciar. Es el papel que juega el cayado de Moisés. Recordemos que el cayado es el símbolo del poder de Dios, que está por encima del poder de los magos de Egipto, las varas de los cuales son tragadas por el cayado de Moisés ( Ex 7,9-12), es el cayado que convierte el agua del Nilo en sangre (7,20), que, desatandolas, interviene en las plagas de las ranas (8,1-2), los mosquitos (8,13), y las langostas (10,13); es el que hace estallar la tormenta con piedra y rayos (9,23); que separa y junta las aguas del Mar Rojo (14,16.27) y hace brotar el agua de la roca (17,6). A nuestro entender, el cayado de Moisés es el símbolo del poder de Dios, que se contrapone, como hemos dicho, al poder de los magos de Egipto y al mismo poder del Faraón. Los faraones de Egipto solían llevar cetros, flagelos o también un "hela", bastón inspirado en los cayados de los pastores, para simbolizar la facultad de reinar y dominar. El cayado de Moisés, recordémoslo, es un cayado de pastor que él lleva cuando está apacentando los rebaños de su suegro Jetró (Ex 3,1; 4,2). El importante papel que juega el cayado en la narración indica que no es la estrategia militar de Israel, ni su coraje, ni el mando de Josué, que en el texto ni siquiera se mencionan, quienes dan la victoria a Israel sino qué es Yahvé.



Por primera vez aparece Josué. Él será quien hará entrar a Israel en la tierra prometida. Su mención aquí responde a la intención de establecer vínculos entre los libros de la Ley y los de la historia deuteronomista. Es un procedimiento similar a la mención de los patriarcas Ex 3,6.15, que relaciona las tradiciones sobre estos y las tradiciones del Éxodo. Es una teología que quiere mostrar una unidad coherente en la acción de Dios y una continuidad en el tiempo, tal vez signo de su fidelidad.



Domingo 29 durante el año

20 de Octubre de 2013

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