Jesús busca, sin excepciones, el bien de la persona. Da oportunidades. El acierto de Zaqueo es saber aprovecharlas. Primero, acoge a Jesús. Después, formula dos promesas: dar la mitad de su dinero a los pobres y restituir cuatro veces más a quienes ha exigido más dinero de la cuenta. Misericordia y justicia. En vez de cerrar el bolsillo, abre el corazón a los demás, empezando con los pobres, signo inequívoco de haber encontrado la esencia de la vida. La restitución implica un reconocimiento explícito de su conducta injusta. Su transformación surge del contacto con Jesús. Su experiencia liberadora le impulsa a negar las exigencias de su ego: dinero, dominio, poder… a toda costa. Jesús le refrenda el cambio: “Hoy ha entrado la salvación en esta casa”.
La transformación de Zaqueo sigue un proceso: búsqueda no exenta de curiosidad, persistencia pese a las dificultades iniciales debido al gentío, aceptación de la invitación sin darle demasiadas vueltas, ajustarse a la demanda del maestro que le pide prisa, acogida de Jesús con alegría (la belleza del don recibido predomina sobre el peso de la responsabilidad), compromiso vital y concreto, sin necesidad de discursos, a favor de los pobres y ejercicio justo de su tarea con la promesa de restituir los errores y estafas del pasado. Con ello, regenera su biografía.
Cuando se descubre el sentido de la eternidad, reflejado en los valores esenciales, todo lo demás se antoja relativo. No solo sana las tendencias del ego, sino que descubre en la presencia de Jesús el amor sin fisuras a los pobres, la justicia, la misericordia y la alegría. El ego pierde poder y consistencia. La ganancia no lo justifica todo. Zaqueo convierte su vida a partir de haber tenido una experiencia profunda con Jesús. No hay moralismo, sino una transformación personal que no admite vuelta atrás.