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Los corintios sentían una especial fascinación por las experiencias de éxtasis, los estados de tránsito y fenómenos de posesión que se daban en los templos paganos. Seguramente, a menudo se valían de ellos para adivinar el futuro. Pablo siente preocupación por la posible confusión entre estos tipos de fenómenos y las experiencias de posesión y don del Espíritu Santo, que se pudieran dar en la comunidad. Pablo quiere poner orden y aclarar las cosas porque sabe que los entusiasmos extáticos en los templos paganos van ligados al descontrol y la incomprensión. A tal fin, dedicará todo el capítulo 12º de la 1ª carta a los corintios a hablar del Espíritu y sus dones a la comunidad. La segunda lectura de este domingo de Pentecostés recoge unos pocos versículos 1 Co 12,3b-7.12-13.

A los fenómenos confusos Pablo contrapone la claridad del don del Espíritu de Jesús. La acción del Espíritu tiene resultados muy claros, como es la proclamación del enunciado de fe: "Jesús es el Señor". Esta confesión es una de las fórmulas de fe más antiguas de la comunidad cristiana. Su brevedad y esquematismo contrastan con la riqueza de su contenido. La primera parte de la confesión afecta a la historia humana de Jesús. Quién es aquel de quien se afirma que es Señor? Es Jesús que se marcha de Nazaret para ser bautizado por Juan y comienza una trayectoria marcada por la predicación, las señales del Reino y la consolidación de un grupo para continuar su proyecto. En Jerusalén morirá crucificado y desacreditado como Mesías de Israel por la casta sacerdotal.

Señor es la palabra con que la comunidad cristiana invoca Jesús resucitado y exaltado. "Señor mío y Dios mío" pondrá Juan en boca de Tomás (Jn 20,28). "Ven Señor Jesús" acabará diciendo el libro del Apocalipsis (22,21) y con él todo el Nuevo Testamento. Con la unión de los dos términos se persigue proclamar que el resucitado y exaltado es el mismo Jesús crucificado. Una única identidad que hace experiencia de la cruz y la resurrección. Lucas lo expresa muy bien haciendo decir a Pedro: "Dios ha constituido Señor y Mesías este Jesús que vosotros crucificasteis" (Hch 2,36) Señor es el término que utiliza la traducción griega del Antiguo Testamento, llamada "la de los LXX ", en sustitución de las cuatro letras hebreas Yhwh con que se escribía el impronunciable nombre de Dios. De esta manera, Señor otorga a Jesús un rango y categoría divina idéntico al que tiene Yahvé en el Antiguo Testamento. A dioses y diosas de Asia menor, Siria y Egipto se les consideraba señores y también el emperador Domiciano obligaba dirigirse a él llamándole: "Dominus et deus" Señor y Dios. La comunidad cristina confiesa que Jesús es Señor, el único señor por encima de las pretensiones de los dioses paganos y de los emperadores de Roma. Decir que es el Señor proyecta, además, sobre Jesús la esperanza de la comunidad cristiana, que anhela su regreso a finales de los tiempos. El mismo Pablo recordará que con la fracción del pan se anuncia la muerte del Señor hasta que vuelva (1 Co 11,26).

Toda esta riqueza no puede ser dicha ni comprendida si no es por un don del Espíritu Santo. Juan dirá más adelante: "El Espíritu de la verdad os conducirá a la verdad completa" (Jn 16,13). El reconocimiento de Jesús como Señor se convierte en un don que pasa por delante de la pluralidad de dones que junto a aquel adquieren un tono complementario. A diferencia de los estados de tránsito y posesiones de los templos paganos, que buscaban adivinar el futuro en beneficio personal, los dones del Espíritu Santo deben aportar el beneficio a la comunidad que cree, confía y espera su Jesús, el único señor.

Festividad de Pentecostés. 24 de Mayo de 2015

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