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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
He participado recientemente en tertulias radiofónicas sobre dos temas candentes y conflictivos. El primero, ETA en relación con la Comisión Internacional de Verificación del Alto al Fuego en el País Vasco. El segundo, la pederastia, a partir del informe de la Comisión de las Naciones Unidas sobre los Derechos de la Infancia. En uno hay terroristas. En otro, pederastas. En los dos hay víctimas.
El primer debate surgió de la promesa de la banda terrorista ETA, según la cual se inutilizarán todas las armas, explosivos y dispositivos almacenados. ¿Es creíble? ¿Hay motivos para la esperanza? ¿Fue correcta la escenificación? ¿Las reacciones del gobierno y de las asociaciones de víctimas fueron las adecuadas? ¿Cómo se explica que los verificadores internacionales fueran citados por la Audiencia Nacional? Los interrogantes se amontonan. Como premisa indiscutible, el sufrimiento de las víctimas merece el máximo respeto y hay que hacer justicia. La actuación gubernamental, por otra parte, debe buscar soluciones definitivas al problema, teniendo en cuenta a las asociaciones de las víctimas, pero sin otorgarles la última palabra. No obstante, los partidos han intentado atraerlas a su esfera de influencia. Todos sabemos que contienen un enorme potencial electoral. El ambiente de la tertulia, en algún momento, fue tenso. Con frecuencia, lo mejor ocurre fuera del alcance de los micros. A la salida, tras decirle al presidente de una asociación que yo había participado en manifestación sobre el atentado a Hipercor y subrayar la avidez que algunos partidos muestran para manipular estas asociaciones en beneficio de sus intereses, comunicó su experiencia. Si su asociación hubiera aceptado los «maletines» para asistir en los mítines de determinados partidos, nadarían en oro. Ahora no reciben subvención alguna. El uso impúdico de las víctimas resulta moralmente reprobable.
El segundo debate se centró sobre las conclusiones presentadas por la Comisión de las Naciones Unidas sobre los Derechos de la Infancia concerniente a la Santa Sede. Llevé a la tertulia las 16 páginas del mencionado informe, escritas en inglés, en su versión anticipada y reducida. Pregunté al conductor del programa si quería que habláramos sobre la relación de la Iglesia con la pederastia o que reflexionáramos sobre el fenómeno global de la misma. Como premisa indiscutible, las víctimas son la máxima prioridad y merecen también el máximo respeto y atención. A la vez, hay que perseguir estas actuaciones delictivas que tanto distorsionan la maduración de los niños/as y adolescentes. La Iglesia ha estado en el centro de los focos, acusada además de encubrir el problema. Estos ataques le han sido beneficiosos para promover políticas de transparencia y prevención. El camino se ha iniciado y hay conciencia clara sobre estos hechos delictivos. Ahora bien, si sólo consideramos el papel de la Iglesia en relación con la pederastia, resolvemos, en el mejor de los casos, solo un 3%. Si interesan las víctimas de la pederastia, ¿qué se hace en el 97% restante? Reducir este problema a la Iglesia implica un olvido impúdico de la inmensa mayoría de las víctimas que no tienen que ver con ella.
Grupos

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