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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
Todo el mundo está de acuerdo en apelar al legado de concordia de Nelson Mandela, pero muchos menos coincidirían en pagar el precio por conseguirla. Nuestra historia lo demuestra. Tres apuntes.
Primero, desactivar la dinámica perversa de vencedores y vencidos. No es tarea fácil. Las guerras, los enfrentamientos y los conflictos producen heridas, más profundas cuanto más graves han sido. Entramos hace unos días en el año 2014, durante el cual se recordará especialmente la derrota culminada trescientos años antes el 11 de septiembre. Una visita al Centre Cultural del Born ayuda a situarse en esa época. La represión fue brutal. Sufrimos actualmente las consecuencias de aquellos hechos. Hay quienes se sorprenden de que no se haya cerrado el ciclo o de que las heridas no estén cicatrizadas. Estos mismos son quienes reclaman el retorno de Gibraltar, que fue una de las contrapartidas para obtener su victoria. La última guerra civil española ha vivido una posguerra con la misma dinámica de vencedores y vencidos. Así no hay cicatriz posible.
Segundo, trabajar a favor de la reconciliación. La dinámica anterior sólo es posible vencerla a través de la reconciliación y la concordia. La reciente democracia española apostó por un futuro esperanzador, pero obvió erróneamente el ejercicio de la memoria, sin el cual no hay reconciliación posible. Más aún, los nostálgicos, poco después de que el pueblo votara una Constitución con sus luces y sus sombras, dieron un golpe para recuperar el pasado. Los restauracionistas sempre han estado al acecho. Ahora están al mando. Mandela entendió que sin la reconciliación no había futuro ni convivencia. La película Invictus lo recuerda. La revancha hubiera sido el desastre. Dar la vuelta a la tortilla no resolvía el problema. Se trataba de superar el odio por el amor y la convivencia. Aquí estamos a años luz de este planteamiento.
Tercero, respeto profundo a las diferencias y a las minorías. Las consecuencias políticas del misterio de la Trinidad iluminan el objetivo: la unidad en la diversidad. Sacrificar cualquiera de estos extremos conduce al desastre. Se impone la unidad a expensas de la diversidad, de tal modo que la independencia de una nación sin estado resulta una salida que desea salvaguardar la dignidad. Los argumentos son muchos. Bastaría pensar en el terreno lingüístico para justificar esta decisión. Ante el silencio cómplice de los intelectuales españoles, se está fragmentando políticamente la unidad de la lengua, se la menosprecia, se impide en Bruselas su proyección internacional y se ataca a la inmersión lingüística. Los ensayos en Valencia y Baleares son evidentes. En la franja de Aragón, esperpénticos. No respetan ni a sus propios ciudadanos.
Cambiar todo esto resulta casi imposible. Mandela apunta al último recurso: «La esperanza es un arma poderosa, incluso cuando no queda nada más.»
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