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Comentario en el evangelio del domingo 5º durante el año.

Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo. Estas conocidísimas palabras de Jesús se encuentran en el evangelio de Mateo a continuación del texto de las Bienaventuranzas (Mt 5,13-16) y las leemos en el evangelio de este domingo.

Con las Bienaventuranzas Jesús ha marcado los distintivos que definen el ser y actuar de sus discípulos. Ahora les dice que deben ser sal y luz. Hay una estrecha relación de las Bienaventuranzas con esta instrucción. Los pobres, los que lloran, los humildes, los justos, compasivos, limpios de corazón, pacíficos, perseguidos son quienes están en condiciones de ser sal de la tierra y luz del mundo. Va tomando cuerpo lo que será la identidad del discípulo de Jesús y también se van marcando las diferencias respecto a otros colectivos. En las palabras de Jesús aflora la dimensión misionera de la comunidad: vosotros abarca a un colectivo que va más allá de los 12 discípulos sin llegar, pero, a la generalización indeterminada de la multitud.

Ambas imágenes sal y luz están bien presentes en la experiencia cotidiana y popular de la gente. Es un lenguaje de tipo sapiencial. ¿Qué significa esto? Las conquistas de Alejandro Magno propiciaron la expansión e influencia de la cultura griega. La cultura judía o se escabulló de esta influencia. La prueba más evidente es la traducción de la Escritura judía al griego y la presencia de libros del Antiguo Testamento con influencia helenista (p.e.: Proverbios, Qohelet, Sabiduría, Sirácida).

Esta influencia llegará hasta bien entrada la era cristiana, por eso se deja sentir en escritos del Nuevo Testamento. Cuando Jesús habla de sal y luz, habla más como un maestro de sabiduría que como un profeta o maestro de la Ley porque el lenguaje sapiencial no se nutre de la reflexión teológica fundamentada en la Torá, la Ley sino en la observación de las experiencias de la vida que se formulan en un saber muy comprensible para la gente. Estamos lejos del lenguaje apocalíptico que pone la mirada en el futuro y en el más allá, lenguaje que convive con lo sapiencial en los textos de los sinópticos.

La sal en la antigüedad era un producto de gran valor. Los griegos consideraban que era divina. Los soldados recibían su paga con sal (de ahí la palabra salario) y era una ofrenda digna de ser dedicada a los dioses. Se ha relacionado también la sal con la sabiduría. De lo que se ha dicho lo que hay que tener en cuenta es la propiedad de condimentar. No se puede reconocer, a primera vista, si un alimento es salado o no pero sí su gusto cambia si tiene sal o no. La presencia de la sal no se ve con la vista, pero sí que se notan los resultados de su presencia. Al discípulo se le pide que, pasando desapercibido, cambie el sabor del mundo. La sal en sí misma no tiene ningún sentido si no cumple su función de saborear, de dar gusto; de forma semejante al discípulo se le pide que no exista por sí mismo sino que exista para los demás, para la tierra para el mundo.

Vosotros sois la luz del mundo. En el Antiguo Testamento encontramos que en Jerusalén se le anuncia que será luz de las naciones (Is 60,3). También el Siervo del Señor está llamado a ser luz (Is 42,6; 49,6). El salmo 119,105 dice que la ley es luz y eso mismo decían los rabinos. Y el salmo 112 dice: "El hombre justo, compasivo y benigno es para las justos luz que apunta en la oscuridad".

En el texto que comentamos se enfatiza que la luz se identifica con las buenas obras. Aquí es necesario tener en cuenta el texto del profeta Isaías “Comparte tu pan con el que pasa hambre, acoge en tu casa a los pobres vagabundos, viste al que va desnudo.... entonces brillará como el amanecer tu luz” (58,7-8a). Este catálogo de buenas obras es cercano al que expone el propio Mateo en la escena del juicio del capítulo 25. Así se entiende que el aceite de las buenas obras de la parábola de las vírgenes (25,1-13) no se pueda traspasar ni regalar a las vírgenes que no las tienen. Las buenas obras las haces o no las haces y las haces tú y no otro, el otro hará las suyas.

Las obras tienen un resultado y es éste el que no se puede esconder. Es quien las hace quien debe esconderse. No se puede ir por el mundo presumiendo de buenas obras como advertirá Mateo más adelante (6,2-6) en el sermón de la montaña.

El evangelio de Juan dice que Jesús es la luz del mundo (8,12). No hay contradicción con Mateo si consideramos que es la comunidad cristiana la que hace presente a Jesús en el mundo. La luz de Jesús brillará siempre que haya una comunidad cristiana que esté dispuesta a realizar, con las buenas obras, realidad el proyecto de Jesús, de ser sal de la tierra y luz del mundo.

El domingo 5º durante el año. 5 de Febrero de 2023

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