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Comentario a la 2.ª lectura del domingo 5.º de Pascua

Seguimos leyendo en las segundas lecturas de estos domingos de Pascua fragmentos de la 1.ª carta de Juan. Este domingo corresponde leer un tramo del capítulo 3.º (1Jn 3,18-24) donde aparecen como temas destacados el cumplimiento del mandamiento del amor entre hermanos y la situación en que el ser humano, en su corazón, se encuentra ante Dios.

Recordemos que la 1.ª carta de Juan se escribe para afrontar los problemas que los falsos maestros están causando en la comunidad por el hecho de haberla abandonado (2,19). Estos falsos maestros altivos y poco dispuestos a amar continúan siendo influyentes y son un peligro para los creyentes noveles porque estos podrían aceptar sus enseñanzas heréticas.

El texto que leemos empieza diciendo “Hijitos”; resuenan las palabras de Jesús en el discurso de despedida: “Hijos míos” (Jn 13,33). La expresión es frecuente en 1 Jn (2,12.28; 3,7; 5,21). El autor quiere manifestar que se dirige a la comunidad en un tono familiar, de confianza, de una preocupación entrañable.

Siempre y en todas partes ha habido personas que han querido aparentar aquello que no son. Atribuirse a uno mismo aquello que no corresponde a la realidad ha sido una tentación universal. Las comunidades cristianas no han escapado de esta tentación. Por eso el autor de 1 Jn pide que la comunidad no ame solo con palabras brillantes y bonitas pero vacías de contenido por el hecho de no corresponder a una realidad verdadera. Cuando las comunidades se hacen grandes corren el riesgo que sus miembros lo sean más de nombre que no de hechos por eso Ignasi obispo de Siria advierte sobre estos peligros a los magnesios en una carta próxima en tiempo a 1 Jn “Es conveniente que no solo os denominéis cristianos sino que lo seáis también de hechos” (IgMg 2,4).

Hay que observar que en el evangelio y en 1 Jn se pide el amor a los otros sin especificar más ( Jn 15,17; 1Jn 3,10.23; 4,7.11.21) como mucho – y ya es mucho – se pide que este amor sea cómo lo de Jesús (Jn 13,34; 15,12). En el texto que leemos se especifica y se concreta y lleva hacia el campo de la vida de cada día: tiene que ser un amor que se traduzca en obras. Este planteamiento nos acerca a la carta de Santiago que dice: “Si un hermano o una hermana no tienen trajes y le falta el alimento de cada día, y alguien de vosotros los dice: «Iros en paz, abrigaos bien y alimentaos», pero no les da aquello que necesitan, de que servirán estas palabras? Así pasa también con la fe: si no se demuestra con las obras, la fe a solas es muerta” (Stg 2,15-17)

La preocupación por el pecado es una tema recurrente para el autor de 1 Jn. Si amamos tanto en obras como en palabras entonces nuestros corazones (algunas versiones traducen “kardia”, corazones por conciencia) pueden estar en reposo en presencia de Dios porque sabemos que somos de la verdad, es decir, no tenemos pecado.

La reflexión que hace el autor contempla dos situaciones. Puede ser que nuestro corazón o nuestra conciencia nos acuse o nos condene; en este caso Dios es más grande que nuestro corazón o nuestra conciencia y lo sabe todo, es decir, sabe que no somos perfectos y afirmar la grandeza de Dios que está por encima de nuestra pequeñez implica reconocer la voluntad de Dios de perdonar porque está por encima de nuestro pecado.

Si nuestro corazón o nuestra conciencia no nos acusa y esta es la situación que se produce cuando (tal como dice el texto) guardamos los mandamientos y cumplimos aquello que nos pide, entonces podemos acercarnos a Dios con audacia y confianza y, en consecuencia, obtener lo que le pedimos.

Guardar el mandamiento del amor será la garantía de la presencia de Dios en el creyente y esta presencia se percibe gracias al don del Espíritu.

Domingo 5.º de Pascua. 28 de Abril de 2024.

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