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En la segunda lectura de este domingo se lee un fragmento de la carta de Pablo a los Gálatas (2,16.19-21), con la que el apóstol da respuesta a la situación creada porque "hay algunos que os perturban y quieren deformar el evangelio de Cristo"(Gl 1,6-7). Mientras Pablo estaba en Éfeso en el verano del 52, recibió la noticia de que unos misioneros judaizantes habían llegado a Galacia, con la pretensión de imponer a los creyentes, provenientes del paganismo, la circuncisión y las prácticas legales del judaísmo. Posiblemente se trata del grupo que, de parte de Santiago, el hermano del Señor, se presentaban como portadores de la sentencia del juicio que se había escrito en Jerusalén (Hch 15,23-29) a fin de regular las relaciones entre judíos y paganos. Pablo reacciona enérgicamente y escribe una carta para dejar las cosas en su sitio.

Durante todo el capítulo primero de la carta y parte (vv. 1-14) del segundo, Pablo elabora una defensa de su misión, insistiendo en que su predicación es una exigencia de Jesús, a diferencia de los judaizantes, que actúan por encargo de un superior y una predicación que tiene el aval de los apóstoles, considerados columnas de la iglesia: Jaime, Pedro y Juan (2,9).

La lectura de hoy, aunque omite algunos versículos, recoge la argumentación de Pablo. Fijémonos bien que, para el apóstol, salvación equivale a la condición de justo y no de pecador con la que el ser humano se encuentra ante Dios. Que la condición de justo o salvado sólo se obtiene por la fe en Jesús, muerto y resucitado y no mediante la práctica de la ley. Que si la ley salvara, la muerte de Jesús sería un absurdo y que el convencimiento de que esto es así le viene al apóstol por una revelación de Jesucristo (1,12), que avala y garantiza su predicación.

"Conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la ley, sino solo por la fe en Jesucristo" (v16). Este es el enunciado base de su argumentación y su convicción. Responde al versículo anterior que recoge la tesis de los judaizantes: "Nosotros somos judíos de nacimiento y gentiles pecadores". Los creyentes judaizantes estaban convencidos de que el don de la ley los liberaba de la condición de pecadores y les hacía diferentes de los paganos, los auténticos pecadores. Las obras de la ley hay que entenderlas como las prácticas legales del judaísmo en tanto que distinguían los judíos de los paganos y fundamentaban el estado privilegiado de los judíos. En las obras de la ley lo que estaba en juego era no unas prácticas personales o individuales, sino la esencia de la separación entre judíos y paganos.

"Yo por la ley he muerto a la ley ... Estoy crucificado con Cristo" (v.19). La muerte de Cristo es el fin de la ley. Marcos lo expresa con la imagen de la cortina del santuario rasgada (15,30). En la muerte de Cristo se produce la muerte del Israel pecador y termina con su existencia dominada por la ley. Una decisión de la ley judía llevó a Jesús a la muerte, pero ésta acabó con la ley judía, por esto Pablo, sintiéndose asociado a la muerte de Jesús, podrá decir: En virtud de la ley morí a la ley.

"Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (v.20). La condición de creyente no es un añadido a la persona humana, no es como una prenda de vestir, que se pone sobre el cuerpo, pero no lo cambia. Ha muerto una existencia anterior y ha nacido una nueva. Se ha producido una transformación radical del yo más profundo de la persona. Desde ahora el principio definitorio de lo que soy y lo que vivo no soy yo, sino Jesús.

Domingo 11 durante el año
16 de Junio ​​de 2013

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