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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

El lamento se repite una y otra vez: «Faltan vocaciones». Las raíces latinas de la palabra vocación nos conducen al significado de llamada. El DIEC la define así: «Acción de llamar Dios a alguien invitándolo a ir a él, o a llevar a cabo una misión, a cambiar de vida…» y la RAE de este modo: «Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión.» En ambos casos, Dios tiene la iniciativa y la persona humana es receptora de su invitación. Proclamar que faltan vocaciones equivale a atribuir a Dios la causa de esta carencia. Dicho de una manera más sencilla, Dios no llama o ha reducido su tarea a mínimos. Acaso es una forma sutil de sacudir las conciencias. Todo el mundo suspira por el agua cuando se produce una gran sequía. La falta de vocaciones, la falta de llamadas, podría deberse a un intento divino de despertar en el corazón de los hombres la sed de su voz. Posibilidad que no hay que descartar. Como ocurre en el pantano de Sau, que el templo reaparece a la vista cuando se produce el vacío.

Existen también otras interpretaciones, que proporcionan una visión poliédrica al tema de las vocaciones. Primero, el problema no es de llamada, sino de escucha. Como afirma Byung-Chul Han en Vida contemplativa: «Nadie escucha. Cada quien se produce a sí mismo». Cuando alguien se centra en su ego se anula la alteridad. En toda vocación, tiene que haber al menos otro. Es decir, el que llama y el que escucha. Pero vivimos inmersos en la cultura del selfie, que nos permite embelesarnos de nuestra propia imagen de manera narcisista. Tampoco escuchamos a los demás, sino que nos imbuimos de nuestra propia voz, encerrados en nuestra burbuja. Segundo, la llamada te invita a participar en un proyecto mayor que tú mismo. Dejas de tener el mando para confiarlo a la inspiración del Espíritu. La autorrealización no es tu máximo deseo, en contra de la cultura imperante. Entonces puedes entender las palabras de Jesús: «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.» (Lc 22,42). La voz de Dios te llega a través de sus ángeles, de sus mensajeros, de cualquier persona que se cruza en tu vida. A veces hay mensajeros que callan y, por este motivo, los destinatarios no escuchan la llamada. Toda escucha, si se quiere responder, implica discernimiento y coraje.

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