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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
¿Por qué una persona o una institución invierte gran cantidad de dinero para comprar un club de fútbol, ostentar su presidencia o anunciarse en sus camisetas? ¿Por qué Qatar ha conseguido organizar el Campeonato Mundial de Fútbol para 2022 o, tres años antes, el Campeonato Mundial de Atletismo, por acuerdo con la IAAF, después de recibir una sustanciosa suma de dinero? ¿Por qué Qatar se estampa en las camisetas blaugranas del club que tiene el mejor jugador de la historia en su equipo actual? ¿Por qué el qatarí Nasser Al-Khelaifi ostenta la presidencia del París Saint-Germain Football Club en manos de Qatar Investment Authority, único accionista? ¿Por qué el Bernabéu va a modificar el nombre de su campo para introducir la publicidad de un inversor islámico? ¿Por qué el multimillonario estadounidense Glazer adquirió por una cantidad desorbitada el Manchester United? ¿Por qué el ruso Román Abramóvich compró el Chelsea Football Club? Preguntas similares se agolpan ante el hecho de querer comprender lo que sucede.
Se pueden encontrar tres respuestas, que sirven para iniciar un debate. Primera, el ego de sus protagonistas. El deporte es quizás el máximo escaparate internacional que existe. Convertirse en propietario o presidente es un sueño para muchas personas, aunque está al alcance de pocos, que no sirven al deporte, sino que lo utilizan para sus deseos megalómanos o para alimentar su vanidad. Sus nombres tienen mayor relevancia que muchos presidentes de gobierno. Segunda, el dinero. El deporte catapulta a presidentes de club al estrellato y les permite realizar grandes negocios. El palco del Bernabéu es famoso por convertirse en la mejor oficina de contratación estatal. La fama proporciona contactos importantes para acabar firmando contratos fabulosos. ¿Quién se resiste a ponerse al teléfono cuando le llama el presidente de un club relevante? En muchos casos, estos dos motivos son suficientes para explicar los hechos.
La tercera respuesta resulta más compleja, pero no menos inquietante. Al contrario, si se demostrara su veracidad, haría poner los pelos de punta. ¿Por qué algunos países islámicos se vuelcan, sin reparar en gastos, en el ámbito del deporte europeo o, incluso, mundial? ¿Puede ser el primer paso para inocularse en el entramado de la Unión Europea? Sus ingentes inversiones (compra de clubes, publicidad en camisetas, nombre de los estadios, organización de eventos deportivos de máxima proyección mundial…), ¿qué buscan? ¿Anunciarse? ¿Para qué? ¿Necesitan dinero? Tienen pozos petrolíferos que manan sin cesar. No les hace falta. Pero sí se producen dos consecuencias. Primera, introducen sus nombres en la retina y poco a poco van captando la simpatía de los consumidores europeos. Segunda, saben que Europa no es insobornable. Tiene un precio de venta y ellos reconocen que lo pueden pagar. Y ¿si todo esto fuera un montaje, un nuevo caballo de Troya, del cual en el momento oportuno salgan elementos que destruyan la misma cultura que lo acoge?
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