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Catalunya Religió

(Laura Mor –CR) Tiene un hablar calmado, la mirada contemplativa y ningún rastro de proselitismo. Se siente cómoda en el diálogo con los que piensan diferente. Hace un año que Alícia Guidonet celebró los votos como Hija del Corazón de María, coincidiendo con el día de la vida religiosa. Un punto y seguido de lo que considera “una trayectoria de vida cristiana muy corta”. Cuesta encontrar entrevistas publicadas a otras Hijas del Corazón de María. Más bien las rehúyen, porque vivir la fe con discreción es parte de su carisma.

Alicia Guidonet (Barcelona, 1969) estudió enfermería y antropología. Dos ámbitos de formación que responden a una de sus grandes llamadas: conocer el ser humano. Mientras la enfermería le ofrecía, dice, “un contacto desde un punto de vista muy técnico, centrado en la dimensión biológica”, la antropología le permitió abrirse a una comprensión más holística. Desde hace cuatro años se encarga del espacio interreligioso de la Fundació Migra Studium, un proyecto de los jesuitas ubicado en el barrio Gótico de Barcelona.

Su congregación, la Sociedad de las Hijas del Corazón de María, nace en París el 2 de febrero de 1791, en plena Revolución Francesa, de la mano del jesuita Pierre de Clorivière y de Adélaïde de Cicé. Ambos decidieron abrir una congregación de espiritualidad ignaciana con la singularidad de la persecución religiosa del momento. La rama masculina desapareció con la restauración en Europa de la Compañía de Jesús; en cambio, la femenina, ha pervivido. Hoy en Cataluña son una quincena de hermanas y, en toda la provincia de España, unas cincuenta. Comparten la fuente espiritual de San Ignacio con otras congregaciones, como son la Sociedad del Sagrado Corazón, las religiosas de Jesús María, las Damas Inglesas de Mary Ward, las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús o las Hijas de Jesús, conocidas como las Jesuitinas.

¿Cómo marcó la Revolución Francesa el estilo de vida de la fundación?

Desde el principio renuncian al hábito y viven la fe de forma clandestina, en secreto, no siempre viviendo en comunidad, y con la gestión personal de los beneficios del propio trabajo. Son personas implicadas en el mundo y que viven la fe con mucha discreción. Se anticipan a las características que adoptarían los institutos seculares. Pero sin serlo: nacen como forma de vida religiosa. El fundador pensó en conservar sólo lo que era esencial para la vida religiosa: vivir los votos desde una profunda interioridad.

¿Dónde comienza su camino de fe?

En mi historia de fe y de adoración, Dios me ha buscado, yo no lo he buscado. En mi casa eran creyentes porque vivíamos en un contexto social y tradicionalmente cristiano, pero no eran personas que vivieran la fe con mucha implicación en grupos de revisión de vida o por el estilo. Sí que me transmitieron la fe, hice la comunión, me bauticé, etc. Recuerdo las películas de la vida de Jesús en Semana Santa, siempre me llamaron la atención, me sentía muy tocada. También recuerdo haber tenido una dimensión muy contemplativa. Veraneábamos en Castelldefels y recuerdo el camino en coche de Barcelona a Castelldefels: nos íbamos acercando, cada vez se veían menos edificios, más vegetación; la puesta y la salida de sol allí mismo, en el mar... Aquello me hacía conectar mucho con alguna que me trascendía, me admiraba mucho.

¿Cuándo tomó una opción personal de cultivar la fe?

En el tiempo de la universidad conocí gente implicada en grupos de vida cristiana. Primero, una chica protestante me invitó un día a ir al culto. Me llamaba mucho la atención. Después conocí otra chica que estaba muy metida en grupos y, conociendo el rector de mi parroquia, me condujo hacia el Centro Cristiano de los Universitarios. Entré en grupos, a hacer oración, y tuve la sensación de conversión, en el sentido de que yo venía de una tradición cristiana y de participar de los sacramentos de iniciación, pero allí hice una opción personal, porque Dios me llamaba.

¿Qué pasa cuando termina la universidad?

En ese momento siento una llamada muy fuerte a dar un paso hacia la vida religiosa. Pero no hago caso y paso un poco de puntillas. Conozco una persona y me caso; y vivo unos años en pareja. Son estos años en que estudio antropología, hago la tesis doctoral, conozco esta vida cultural. Pero había una propuesta que me había hecho Dios y que yo no había respondido. Finalmente, esta relación no funciona y se rompe, y mi vida se tambalea. De repente siento una gran rotura y es un momento de resituarme y reconstruirme.

Una persona del grupo de revisión de vida me comenta que ha hecho unos ejercicios espirituales. Me sale un trabajo, yo ya he terminado la tesis y durante seis años hago clases en la Universidad de Vic. Y durante estos tiempos hago estos ejercicios espirituales en la vida cotidiana y me vuelve a salir esta llamada de Dios.

¿Cómo fueron aquellos primeros ejercicios?

Lo recuerdo como algo muy entrañable. Los hice con el jesuita y arquitecto Enric Comas. En estos ejercicios me vuelve a salir esta llamada, otra vez. Lo comento con él y pienso: “Ni hablar, ni hablar”. Y vuelvo a pasar de puntillas. Hasta que, al cabo de un año, el contacto con Enric Comas me llevó a Manresa, a ver qué hacían, los jesuitas. Paralelamente, cuando iba a trabajar a Vic cogía a las ocho de la mañana el autocar el Sagalés, que para en la calle Caspe de Barcelona, justo delante de la iglesia. Un buen día vi que alguien salía de la iglesia y pensé que hacían la eucaristía a primera hora. Y así me apunté. Yo entiendo que Dios a mí me ha ido buscando a partir de estas casualidades. Al cabo de un año, hago unos ejercicios de ocho días en la Cueva de Manresa, y me acompaña Ana María Díaz, carmelita misionera. Y vuelvo de nuevo a sentirlo. Lo hablo con ella y con David Guindulain, y vi que lo tenía que afrontar.

¿Cuál fue el catalizador?

Me llamó mucho la atención un escrito de Cristina Kaufmann, que explica que había oído en algún momento que Dios le decía “esta es la última vez que te llamo”. Yo quizás no lo sentí así, pero sí fue un momento de decirme: “Alícia, intenta contestar esta pregunta, ¡afróntala!”. Entonces hice los ejercicios de la vida cotidiana con el acento del discernimiento. Esto fue el curso 2009-2010. Lo recuerdo como un momento muy fuerte y entrañable. Fue como ir encontrando la voluntad de Dios, irme acercando, encajando lo que Dios me estaba pidiendo.

¿Por qué dice que “pasaba de puntillas”? ¿A qué tenía miedo?

Quizá no era mi momento vital, me hacía falta madurar o pasar por otras experiencias. Después se puede hacer la lectura en clave que Dios te busca, Dios es fiel y espera tu respuesta y te da la libertad para que tú respondas o decidas. Socialmente, tenía una trayectoria de vida cristiana muy corta; y esto tenía que ir creciendo. Existe la necesidad de hacer un proceso antes de ser capaz de reconocer a Dios y decir que sí a esta alianza.

Y con esta decisión tomada, ¿en 2010 comienza un período de formación en la congregación?

Empiezo a buscar, no tenía claro en qué congregación. No tenía trayectoria ni referentes, tampoco fui a ninguna escuela cristiana. Hablando con unos y otros, Ana María me quiso poner en contacto con una persona muy carismática, que era Hija de María. Pero no daba respuesta porque resultó que había enfermado, tenía un cáncer. En paralelo estaba haciendo un voluntariado en el Hospital de la Vall de Hebrón, en los servicios religiosos con los enfermos, y había una Hija del Corazón de María que también era voluntaria. Hablé con ella y fue como ir encajando piezas.

¿Vive en comunidad?

Ahora no, no. Tenemos una comunidad en la calle Valencia, pero es la enfermería, con personas muy mayores, ¡una de las hermanas ha cumplido ciento dos años! Son muy majas y cuando compartes con ellas la oración sientes una conexión, una energía; pero allí no es posible el intercambio que pide el tiempo de formación. Ahora mismo vivo sola, a la intemperie. Pero tengo la comunidad de la ciudad de Valencia como referencia. Voy a menudo.

¿Qué implica la formación en esta congregación?

La formación consiste en que tú, continuando con tu vida ordinaria, tienes una serie de encuentros con una persona de referencia y te vas introduciendo en el carisma: en las constituciones, los movimientos, los comentarios que hizo el fundador a las constituciones de los jesuitas... Se trabajan diferentes documentos y los compartes con tu persona formadora o con toda la comunidad.

¿No existe un espacio físico, una comunidad propiamente donde vivir el noviciado?

No, hay las etapas habituales: el noviciado, el juniorado, la tercera prueba... Pero no se rompe tu vida cotidiana para hacer uno o dos años de noviciado. Normalmente el noviciado dura entre dos y cuatro años. El mío duró cuatro años, seguramente porque no tenía esta comunidad de referencia formativa. Hay mucha diversidad de itinerarios y de noviciados. En África o la India vivir solas es infrecuente, porque ya culturalmente no está muy bien visto que una mujer viva sola.

Tampoco lo entiende como un noviciado a distancia...

No lo explicaría así, porque nuestra vida misma es el noviciado. En mi caso, yo tenía que viajar a Valencia o a Murcia para encontrarme con la formadora y con la comunidad de referencia y entonces compartía cosas. Pero el noviciado se hace participando en la vida cotidiana. Más allá de si vives dentro o fuera de la comunidad, la clave es la comunión que tienes con las personas que comparten tu carisma y tu interioridad. Vivir bajo el mismo techo es secundario.

Y eso ¿cómo se elige o decide? ¿Va en función de lo que cada una siente?

Sí, pero también de la obediencia, del diálogo. Con mi superiora he hecho un discernimiento y, a día de hoy, tenemos la sensación de que mi llamado es estar aquí en Barcelona. También habría podido ir a vivir a Valencia o a Murcia, las dos comunidades donde hay personas más jóvenes con capacidad formativa.

¿Qué hay en Barcelona que diga “este es mi sitio”?

Sobre todo está la tarea que estoy haciendo en Migra Studium, con el proyecto del espacio interreligioso. Pero también hago acompañamiento espiritual, con encuentros mensuales; hago ejercicios espirituales en Manresa y ejercicios en la vida cotidiana, desde hace unos tres años.

¿Cómo liga la vocación con el hecho de dar ejercicios espirituales?

Me siento muy llamada a acoger y acompañar a las personas que están haciendo este proceso. Me llama mucho eso que llamamos “mistagoga”: trabajar para ayudar a desvelar la presencia de Dios en las personas. También lo hago un poco aquí, en el espacio interreligioso.

Llega un grupo de escuela, ¿qué proponéis a los hombres y mujeres que vienen a hacer la visita?

A partir de un itinerario y con diferentes actividades y talleres, trabajamos con la diversidad cultural y religiosa. Intentamos que las personas que llegan, que sobre todo son niños y jóvenes, hagan una experiencia con lo que los supera, del trascendente, con la dimensión espiritual o con su tradición religiosa. Porque cada uno vive la interioridad o la espiritualidad de una manera diferente.

¿Y cómo responden?

Es un trabajo de picar piedra. Los niños que vienen no suelen estar mucho por el tema, pero es muy bonito ver al final de la visita las resonancias en estas personas. Dicen: “me he sentido acogido”, “he sentido igualdad”, o “claridad”, o “espiritualidad”; o el respeto, es un valor que impacta mucho. Recuerdo una visita de adultos, de una entidad social, donde una persona al final del recorrido dijo: “yo hoy me he dado cuenta de que tengo una dimensión espiritual”. Esto es una llamada para mí, siento que el trabajo que hago aquí encaja.

Puertas afuera, la espiritualidad no es un ámbito muy reconocido...

Durante muchos años se ha dicho que vivimos en sociedades secularizadas, pero los sociólogos dicen últimamente que vivimos en sociedades plurales. Y hay mucha gente que busca. Mi opinión es que todo el mundo tiene una dimensión espiritual y el tema es qué nombre le pones, como la reconoces. Hay muchas reticencias, por la historia que tenemos, a canalizarla con la religión cristiana, católica. Esto no quiere decir que la gente no tenga un movimiento interior, que no haya algo que no se esté moviendo dentro suyo o que no se haga las preguntas que se hace todo ser humano: qué hago aquí, hacia dónde voy, qué hay después de la muerte... Estas preguntas tan fundamentales que intentamos responder.

¿Unas respuestas que ofrece la opción por la vida religiosa? ¿Cómo se reconoce una religiosa Hija del Corazón de María?

Como Hija del Corazón de María me identifico en la intemperie, en la frontera y en el vivir en la noche. Tengo una imagen grabada: en periodo de formación, en París conocimos el lugar donde vivía escondido el fundador, un escondite de un apartamento de París. Salía por las noches a dar la eucaristía y los sacramentos a las personas que se lo pedían. Para mí esto es un rasgo concreto del carisma. En esta noche en que aparentemente vivimos, preservar la eucaristía. Después cada persona tiene un acento u otro. Luego es un carisma mariano, cordial, y María para mí es la figura de la acogida, de la apertura, de la intercesión –cuando dice “no tienen vino”–, esta capacidad de diálogo con Jesús, de amistad profunda con Jesús. Eso es lo que intento vivir y hacia dónde camino.

¿Cómo entiende la frontera?

La frontera es ser presencia en este diálogo interreligioso: entran culturas y maneras de pensar. En la inauguración del curso de Cristianismo y Justicia, el jesuita Jacques Haër describió una imagen que me tocó profundamente. Los ingleses, decía, tienen dos palabras para describir la frontera: “border” y “frontier”. La primera habla de una línea, que separa dos espacios; pero la frontera responde a la imagen de un cirujano, que abre una herida. Para mí es eso: la frontera es una posibilidad de encuentro, no hay unos aquí y otros allá; pero a la vez es una herida, porque ves a tus límites, los límites del otro y a partir de estas limitaciones y de los conflictos, intentas posibilitar alguna otra cosa. En el diálogo interreligioso, pero también entre personas no creyentes y creyentes. Recuerdo una vez una profesora que nos dijo que para ella la religión es una imposición y un adoctrinamiento. Yo siento la llamada a dialogar también con estas personas que nos muestran hostilidad o incomprensión; pero que vienen y luego te dicen “el año que viene quizá me gustaría volver”.

Pero en la frontera se hace difícil arraigar...

Antes hablábamos del lugar... Yo celebré los votos el 2 de febrero, el día de la vida religiosa, en una pequeña sala de la comunidad, donde no había nada, todo era muy sencillo. Ese día tuve la sensación de eternidad, de trascender el tiempo, pero también de trascender el espacio. Cada vez siento que vivo arraigada en Dios; el espacio y el tiempo son secundarios. Y eso no quiere decir que como persona no sea sensible: ¡me imagino llorando el día que tenga que irme de aquí! Tienes unos afectos y haces unos vínculos y amas profundamente lo que haces, pero Dios a mí me ha comunicado más de una vez: “mi llamada está encima de eso”. Por encima de este espacio, de ese momento; es algo que trasciende.

En una Iglesia preocupada por la pérdida de influencia, con comunidades que cierran por falta de relevo, puede parecer inocente o poco ambicioso hablar de vivir en la intemperie. Una cierta estructura puede ayudar a difundir el mensaje del evangelio. ¿Cómo casan ambas cosas?

En el momento en que nacimos, era importante vivir desarraigadas de la estructura y de las estructuras del mundo. Nosotras vivimos un profundo carisma eclesial desde el cubrir necesidades y apoyando la estructura. Cuando la necesidad está cubierta, nos vamos. En Valencia hay una escuela porque se vio la necesidad de abrir una escuela en ese contexto; pero no nos caracterizamos por tener obras muy estables. La estructura facilita una posibilidad de encuentro, de transmisión. Y nuestro carisma es más que apoyar esta estructura que de construir otras nuevas.

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