Cuando yo era joven, sobre todo en los ambientes donde me movía, se criticaba mucho la deriva consumista de la Navidad. Ahora, con la crisis y los recortes en pagas extraordinarias, o porque se ha repetido el discurso tantas veces, no lo siento tanto que decir. Debo decir que, a mí, que en Navidad y Reyes se compre más, o se coma en exceso, no me preocupa demasiado. Para muchos sectores productivos debe ser importantíssim. Y creo que hace de versión occidental de costumbres ancestrales de redistribución y pacificación entre clanes y castas, como es el caso del famoso potlacht los indios norteamericanos. Tampoco me producen, estas fiestas, las sensaciones desagradables de nostalgia o aburrimiento, incluso rechazo, que mucha gente muestra, si bien tengo que reconocer que he tenido que superar un cierto proceso personal de distancia.
No me molesta, digo, y pienso que, de hecho, hay muchas posibilidades para quien quiera -de veras- traspasar el adocenamiento, la banalidad ... o el sobrecoste que a menudo exige pasar esta quincena. Al fin y al cabo, las fiestas, como todo ritual, como todo lenguaje, sólo nos son útiles si nos ayudan a ir más allá de ellas mismas, si dejan de ser un fin. El conjunto de iniciativas solidarias, por más hipócritas o insuficientes que nos parezcan en algún caso, son la primera posibilidad de aquellos que quieren aprovechar Navidad para hacer nacer algo nuevo dentro. Pero los conciertos de Navidad -también numerosos-, las exposiciones de belenes, los pesebres vivientes, los pastorets, la gente que se agrupa para hacer silencio, las fiestas de fin de trimestre de las escuelas, las misas del gallo y todo lo que queráis se suman con suficiente fuerza al otro exceso consumista como para atraer igual o más gente, si se quiere. Basta con hacer un repaso a la agenda de Capgròs*, o ir con los ojos bien abiertos mirando cartelitos en las tiendas, para encontrar la multitud de impactos que posponen trayectos, por Navidad, que no pasan exclusivamente por la caja, o que pasan poco, a nuestra ciudad.
Como decía, sin embargo, los lenguajes son complejos y refinados (y esto nos gusta) pero sólo nos son útiles si nos dicen, además, algo, si no se quede n ensimismados. La cultura debe ser bonita, sí, pero sobre todo debe ser una puerta abierta a seguir el trayecto que te ha llevado a provocar más deseo y más profundo que el que a simple vista hemos satisfecho. También Nadal, con su barroquismo de incentivos, abre las puertas más allá de ellos mismos, a no quedarse. A seguir un camino que va abriendo puertas y pasando salas que, como en los templos taoístas chinos, cada una contiene menos estímulos que el anterior hasta llegar al final, vacío, es decir, lleno.
Feliz Navidad.
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* Este artículo ha sido escrito originariamente para la revista local Capgròs.
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