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Después de la entrada de Jesús en Jerusalén, Mateo introduce en su Evangelio una serie de discusiones de Jesús con los grupos relevantes de la religiosidad y sociedad judía, con el fin de desautorizar la sacralidad del templo y las pretensiones de sus dirigentes. Poco a poco, van pasando ante Jesús los diferentes colectivos: lo han hecho los grandes sacerdotes y notables (21,23-46), después comparecen los herodianos instigados por los fariseos (22,15-22), vendrán a continuación los saduceos (22,23-33) y seguirá el turno de los escribas, la controversia con los cuales leemos en el evangelio de este domingo (Mt 22,33-40).

Cuando Mateo habla de los escribas o maestros de la ley normalmente utiliza el término "gammateis"; pero en este caso el término escogido y sólo usado en este pasaje es "nomicos", término vinculado etimológicamente la palabra "nomos", ley. Mateo quiere resaltar que el personaje en cuestión es un buen conocedor de la ley de Moisés y también que la controversia versará sobre una cuestión legal. El texto alerta de que el maestro de la ley se dirige a Jesús para probarlo, pero el texto no aporta demasiadas pistas para ver donde está la mala intención del escriba. El verbo probar es el mismo que Mateo usa en el episodio de las tentaciones. "El espíritu condujo a Jesús al desierto para que fuese tentado por el diablo" (4,1). Se trata del mismo verbo. Hay otra similitud entre las dos escenas. Jesús responde al escriba con dos textos de la Torá, uno de ellos del Deuteronomio (6,4s); la tercera respuesta dada al diablo es también un texto del Deuteronomio (6,13) y, si bien no el mismo, sí que pertenece al mismo capítulo y su contenido es muy similar. El diablo quiere desacreditar Jesús desvirtuando la orientación de su mesianismo; aquí el escriba en un escenario solemne, Jerusalén y dentro del recinto del templo, lugar emblemático por excelencia de la religiosidad de Israel, quiere desacreditar Jesús haciendo que con su respuesta se contradiga consigo mismo y con la sacralidad de la teología y el culto del templo.

Jesús responde al escriba yuxtaponiendo dos preceptos que en la Torá se encuentran en dos libros diferentes: Deuteronomio (6,4s) y Levítico (19,18). La novedad de Jesús está en ponerlos al mismo nivel. El amor a Dios y el amor a los demás no se puede separar. Jesús viene a decir al escriba: me preguntas algo que ya deberías saber. Jesús establece la sacralidad de la ley por encima de la sacralidad de Jerusalén y el templo; al fin y al cabo Jerusalén y el templo acabarán destruidos por los romanos.

"Todos los mandamientos de la ley y los profetas se fundamentan en estos dos". Si el escriba quería saber cuál de los 613 que se derivaban del despliegue de la ley era el más importante, ahora ya tiene el criterio de interpretación. En la medida en que se ajusten al amor a Dios y a los demás subirán o bajarán en el escalafón de la importancia. Jesús da el criterio de interpretación de todo el Antiguo Testamento, ley, profetas y lo que pueda venir después, los escritos.

El añadido a la respuesta de Jesús tiene mucha importancia en las comunidades de Mateo que leían este evangelio. En ellas había muchos escribas y fariseos que habían optado por el seguimiento a Jesús. Evidentemente se preguntaban por el sentido y el valor que podía tener para ellos el antiguo Testamento. Las palabras de Jesús: "No he venido a anular la ley y los profetas" (Mt 5,17) adquieren en este pasaje todo su sentido. Si todo el Antiguo Testamento se interpreta en el sentido de que el amor a los demás es la mejor expresión del amor a Dios, no debe haber ninguna contradicción entre la predicación de Jesús y la enseñanza de Israel, consignado en los libros que conforman la Torá y los Profetas.

Domingo 30 durante el año. 26 de Octubre de 2014

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