En las segundas lecturas de los domingos de Pascua del ciclo litúrgico C se leen diversos fragmentos del libro del Apocalipsis. Una de las partes de este libro (4,1-8,1) consiste en la presentación / descripción de los siete sellos, que el Cordero abrirá paulatinamente, para que se conozca lo que debe suceder y que viene precedida de una liturgia celestial (4,1-5,14) en forma de visión, de la que leemos hoy un pequeño fragmento (5,11-14). La visión de esta liturgia puede que esté inspirada en la del templo de Jerusalén o también en la escenografía de las cortes reales del antiguo oriente o en las ceremonias imperiales de la corte del emperador de Roma. Lo que sí está fuera de discusión es su gran carga simbólica (propia del género literario apocalíptico) y las referencias incesantes al Antiguo Testamento.
Hay miles y miríadas de personajes presentes ante el trono de Dios en constante aclamación. Lleva a recordar los mil miles de servidores y diez mil miríadas, que están ante el anciano en el libro de Daniel (Dn 7,16). Entre estos miles de miríadas sobresalen tres grupos, que rodean el trono de Dios. Uno de ellos son los ángeles. En varios lugares del Antiguo Testamento, los ángeles asisten el trono de Dios; recordemos los serafines de la visión de Isaías (Is 6,2), o bien Rafael, uno de los siete arcángeles que están en la presencia de Dios (Tb 12,15) o los que ve el profeta Miqueas (1 Re 22,19) cuando profetiza la derrota de Acab.
De los ancianos hay que decir que el número 24 puede ser una referencia a los 24 turnos sacerdotales, que servían en el templo de Jerusalén (1Cr 24). Otra interpretación que ha hecho fortuna, sobre todo arropada por las representaciones del juicio final del arte románico, donde casi siempre están presentes, es la que considera que este colectivo representa las 12 tribus de Israel y los 12 apóstoles, simbolizando, de esta manera, la continuidad que se establece entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Se puede objetar a esta interpretación que en Ap 21,12-14 las doce tribus de Israel están representadas por los nombres de las doce puertas de la Jerusalén que baja del cielo y el nombre de los doce apóstol lo llevan las piedras que la fundamentan.
Los cuatro vivientes, que ya han sido mencionados en 4,6-9 y 5,6 son seres inspirados en Ezequiel (1,5-14), que, a su vez se inspira en las cosmogonías babilónicas, donde la bóveda del cielo reposaba sobre los cuatro puntos cardinales, representados por cuatro constelaciones zodiacales: toro, león, águila (escorpión), y hombre (sagitario). En la visión de Ezequiel, las cuatro figuras no aguantan la bóveda del cielo, sino el trono de Dios. Cuando la Iglesia reconoció sólo cuatro evangelios, pasaron a ser los símbolos de los cuatro evangelistas, que, en tiempos de St. Agustín (430) quedaron definitivamente establecidos: hombre, Mateo; león, Marcos; toro, Lucas; águila, Juan.
El Cordero es digno de recibir siete atributos. Siete (máximo indivisible del 1 al 9) es símbolo de plenitud y totalidad divinas. El Cordero degollado / muerte, pero también resucitado / en pie (5,6) es símbolo de Jesús resucitado. La comparación la encontramos en Jn 1,25: "Este es el Cordero de Dios", pero sus raíces remontan al cordero, que muere en sustitución de Isaac (Gn 22) o el cordero muerto, que con su sangre libera los hebreos del ángel exterminador (Ex 12,21-23). Los atributos que le son otorgados son, en el Antiguo Testamento, aplicados a Dios. Señalaremos algunos a modo de ejemplo: "De Dios es la realeza y el poder" (Sal 93,1). El poder el honor y la gloria, además de otros de significado similar, se dicen de Dios en el Salmo 96,6. "Su sabiduría es infinita" dice el salmo 147,5 y el 48,2 dirá: "Es grande el Señor y digno de toda alabanza". Aquello, pues, que en el Antiguo Testamento se dice de Dios, que en las ceremonias imperiales el emperador usurpa para halagar su vanidad, ahora se dice, y en plena i total propiedad, de Jesús.
Domingo 3 º de Pascua
14 de Abril de 2013