Sólo dos veces es usado el libro de Josué en las lecturas litúrgicas dominicales, pero, el hecho de que las de cuaresma relatan los grandes acontecimientos de la historia de Israel y uno de ellos es la entrada a la tierra y la celebración de la primera pascua, es lógico que se lea el fragmento del libro de Josué (Js 5,9 a.10-12), que narra este hecho.
El libro de Josué, el primero de los conocidos como profetas anteriores, enlaza el Deuteronomio con Jueces, 1 y 2 de Samuel y 1 y 2 de Reyes, todos ellos se consideran el bloque de la historia deuteronomista. Y aún más tiene función de puente si se considera que esta historia ha sido ampliada con la de los patriarcas y la primitiva (Gn-Nm).
La historia deuteronomista fue redactada en tiempos del rey Josías (s. VII aC.) Con la intención de hacer la propaganda política que acreditase las innovaciones políticas, las reformas religiosas y las conquistas militares emprendidas por este rey. Josías estaba interesado en justificar la superioridad del reino de Judá por encima del reino del norte y quiso mostrar que la unidad territorial tenía su motivación en la promesa de Dios hecha a Abraham, la realidad de la conquista de Josué, que alcanza la totalidad del territorio de Israel, y el posterior reconocimiento de David como único rey. Si Josué fue un nuevo Moisés, porque como él celebró la fiesta de pascua (2Re 23,21-23), también hay que decir que Josías es un nuevo Josué. Tanto en este como en el rey Josías, la celebración de la pascua está relacionada con la conquista de la tierra. Josué la celebra antes de comenzarla, Josías lo hace al terminar el trabajo hecho. La historia deuteronomista fue revisada posteriormente con el fin de ensenyar que la pérdida del territorio fue el resultado del pecado idolátrico de Israel y de Judá.
El texto que leemos en la primera lectura de hoy, la celebración de la pascua, corresponde a la primera parte del libro (cc. 2-12), que recoge los relatos de la conquista de la tierra; la segunda parte (13 - 27) explica el reparto del país y la conclusión, al estilo de los discursos de despedida, describe la renovación de la alianza (23-24).
La descripción que se hace de la fiesta de la pascua tiene más teología que historia. Según Ex 12 la comida de la fiesta incluye un cordero además del pan sin levadura. Aquí del cordero nada se dice, pero sí se habla del pan sin levadura, que cuesta imaginar de dónde lo sacarian, más cuando se dice que fue elaborado con trigo producido en el nuevo país. Todo apunta a dejar claro que una antigua etapa, el paso por el desierto, se ha terminado y que se ha cumplido lo que el Señor había prometido. Lo que Dios promete se cumple (Ez12, 25). Comienza un nuevo tiempo y esta idea queda resaltada con la mención del maná que deja de caer. A diferencia del libro del Éxodo, que ordena celebrar la pascua en familia (Ex 12,4), aquí no se especifica y se habla de que Israel, en su totalidad, es quien la celebra, seguramente hay voluntad de insistir en la unidad de todo el territorio.
La mención de Guilgal es un detalle que tiene su interés. En el texto aparece contrapuesto a otro nombre de lugar: Egipto. Si este es símbolo de la esclavitud, Guilgal es el símbolo de la libertad recuperada. Es un emblemático santuario del reino del norte, que adquiere su importancia precisamente por haberse celebrado en él la primera pascua una vez Israel ha entrado en la tierra prometida. Pero es también el lugar donde David, después de acabar con la revuelta de Absalón, que pretendía poner en contra del rey los israelitas del norte, es recibido en Guilgal (2 Sa 19,16) por los representantes del territorio de Judá. Guilgal se convierte así en símbolo del encuentro de los dos reinos. Su mención en el texto es un detalle que enfatiza la unidad del territorio.
Domingo IV de Cuaresma
10 de Marzo de 2013