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Comentario en la segunda lectura del 5º domingo de Cuaresma. A

El capítulo octavo de la carta de Pablo a los romanos es uno de los más relevantes de todo el Nuevo Testamento, de él leemos un fragmento (Rm 8,8-11) en la segunda lectura de este domingo.

El capítulo octavo comienza respondiendo a la pregunta planteada al final del capítulo anterior: “¡Soy desdichado! ¿Quién me librará de ese cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Dios, a quien doy gracias por Jesucristo, Señor nuestro!. Me encuentro, pues, que con la razón sirvo la ley de Dios; sin embargo, hombre débil como soy, sirvo a la vez la ley del pecado” (Rm 7,24-25). Cristo ha rescatado al ser humano de la esclavitud y ha hecho posible que viva según el Espíritu. Esta respuesta con que comienza el capítulo sirve de introducción a un más amplio tratamiento del tema que Pablo expone enseñando cómo la existencia cristiana está dominada por el Espíritu y no por la carne. Todo este capítulo, pues, tiene un tono más positivo si se compara con el anterior porque describe la condición feliz del ser humano justificado que vive bajo la acción del Espíritu convencido de que llegará a conseguir la gloria futura que espera.

Todo el pasaje va jugando con dos contraposiciones: vida – muerte y Espíritu – carne. Carne no debe entenderse dualísticamente en Pablo como si se tratara de un cuerpo material que se contrapone al alma o al espíritu, carne debe entenderse como todo el ser humano entero en tanto que éste es débil y vulnerable de tal modo que encerrado en sí mismo confía más en sus propias fuerzas que en Dios. Carne es todo lo que se contrapone a la ley de Dios, que nos pone en contra de Dios y de rebote en contra a los demás; la carne busca egoístamente la propia vida pero al final acaba perdiéndola, por eso la carne lleva a la muerte. Para Pablo el ser humano se manifiesta en la forma de actuar; las obras de la carne las describe Pablo detalladamente en la carta a los gálatas: “Las consecuencias de los deseos terrenales son suficientemente claras: relaciones ilegítimas, impureza, libertinaje, idolatría, brujería, enemistades, discordias, celos, enfurecimientos, rivalidades, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y cosas similares (Gl 5,19-21) y en el mismo capítulo quinto de Gálatas se describen las obras que son resultado de la posesión del Espíritu: “En cambio, los frutos del Espíritu son: amor, gozo, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, dulzura y dominio de uno mismo (Gl 5,22s). El Espíritu es quien abre el interior de la persona humana hacia Dios y hace cumplir su voluntad, neutraliza el atractivo de la carne y hace que la persona se preocupe por los demás.

Pablo propone una ética cristiana distinta a la ética judía basada en el cumplimiento de la ley y rechaza un estilo de vida pagana. Hay que tener presente que Pablo escribe en un tiempo que muchas prácticas de la vida pagada estaban dominadas por lo que él considera la carne.

El Espíritu habita en vosotros. El verbo habitar aparece tres veces en nuestro texto. En el lenguaje coloquial habitar significa hacer uso de una vivienda que puede tener muchas modalidades. Para entender lo que Pablo pretende decir aquí nos pueden ayudar algunos pasajes del Antiguo Testamento. El libro de los Números dice que Dios se hacía presente por medio de una “nube que cubría de día el tabernáculo y de noche aparecía como el resplandor de un fuego” (9,16). El Espíritu habita penetrando a toda la persona, no como el que vive en una casa ocupando sólo una habitación. Es una presencia envolvente intensa y penetrante. El salmo 68,17 habla de la montaña que el Señor se ha escogido para residir en ella. El Señor habitará allí para siempre. El Espíritu habita en el creyente no como quien está una temporada en un piso de alquiler. Su morar es estable. Y el profeta Isaías dice: “Yo vivo en las alturas en un lugar santo, pero estoy entre quienes se sienten deshechos y hundidos” (57,15). La estancia del Espíritu en el creyente no es pasiva es activa y operante, habita para reportarle un beneficio. Atendiéndonos a las palabras de Jesús (Jn 14,23), la estancia del Espíritu en el creyente, al igual que la del Padre y la de Jesús, es una estancia llena de cariño, amor que se recibe y amor empujado a ser dado.

Domingo 5º de Cuaresma. 23 de Marzo de 2023.

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