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La extensión del relato de la pasión, que se lee en el Evangelio del domingo de Ramos obliga a escoger un fragmento para ser comentado. Este año corresponde leer el evangelio de Mateo; de él hemos extrahido el pasaje de la oración en Getsemaní (Mt 26,36-46) .

Dicho pasaje es un quebradero de cabeza para los defensores de una divinidad de Jesús, que deja su humanidad como un accesorio de segundo orden. Desde esta perspectiva es muy difícil imaginarse un Jesús Dios que padezca, se sienta triste y tenga dudas. Para los estudios más modernos sobre la persona de Jesús, que se caracterizan por situar la situar la humanidad en su justo lugar, el pasaje resulta el más relevante en cuanto a presentar la humanidad de Jesús.

El lugar donde ocurre el hecho es bastante significativo. Getsemaní está en la monte de los Olivos. Existe una extendida convicción, basada en una interpretación mesiánica de Zac 14,3-5 que espera que el mesías llegará por el monte de los Olivos. Tengamos en cuenta que habrá una solemne proclamación mesiánica de Jesús ante el sumo sacerdote ( 26,64 ), que Jesús no ocultará su condición mesiánica ante Pilato (27,11), que acabará siendo hecha pública en el letrero de la cruz (27,37).

La oración central, ateniéndonos a la forma de narrar circular judía, es la más relevante. Está precedida por las palabras a los discípulos: " Velad y orad para no caer en la tentación" (v.41). El velar por la incertidumbre de no saber la hora que vendrá el Señor (24,42) se convierte aquí en un ruego angustiado a velar para no caer en la tentación. La tentación de que habla Jesús nos aproxima al relato de las tentaciones (4,1-11). Allí el diablo propone a Jesús aceptar un mesianismo fácil, basado en un exhibicionismo de poder y prestigio. Aquí Jesús sufre la tentación de abandonar el mesianismo que pasa por la cruz. Abandonar la cruz es la gran tentación. Por eso los discípulos duermen porque la cruz no entra en sus planes, no la aceptan ni la admiten.

La muerte de Jesús se presenta aquí con la imagen del cáliz o la copa. Jesús ya había hablado de su muerte hablando de un cáliz que tenía que beber (Mt 20,27); lo había hecho precisamente ante dos (Juan y Santiago) de los tres discípulos escogidos para estar cerca de él en Getsemaní. El Antiguo Testamento ofrece un pasaje que permite identificar la copa con el dolor. Isaías compara el dolor que debe sufrir Jerusalén con una copa que se debe beber (Is 51,17-22). Pero la copa puede simbolizar el destino, el futuro que a uno le espera. Recordemos que en la antigüedad, para decidir la suerte que determinaba el futuro, se echaban piedras o trozos de madera en un recipiente, que podía ser una copa. De ahí que la copa contenía el destino o el futuro y se convertía en símbolo del destino reservado a una persona. También el cáliz simboliza el transcurso de una vida humana: el líquido que se ha de beber es símbolo de la trayectoria a seguir hasta el final

Hay una contrapartida en este momento trágico de Jesús. Al sufrimiento y angustia se contrapone una íntima, estrecha e indestructible confianza en Dios. La humanidad de Jesús debe entenderse siempre vinculada a la unión singular con el Padre. Jesús antepone la voluntad del Padre a sus propios criterios, sobre todo cuando éstos lo pueden desviar de la cruz. Este aceptar la voluntad del Padre está en perfecta coherencia con lo que Jesús había enseñado y predicado: "El que hace la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, mi hermana , mi madre" ( Mt 12,49 ).



Domingo de ramos 13 de Abril de 2014

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