Esta semana sabremos quién será el próximo papa, pero aún no sabremos cómo será el nuevo Papa. Si no hay una sorpresa, dos o tres días de cónclave nos pueden dar un papa el miércoles o el jueves. Un mes largo, y nuevo papa. Y con ganas ya de cerrar este tema.
Ha sido un mes de cardenales que suben y bajan. Siendo sinceros, quienes manejaban alguna posible información sobre el tema son un puñado reducido de periodistas, básicamente italianos, realmente expertos en el Vaticano porque hace años que se dedican a ello en cuerpo y alma. La mayoría de periodistas, acreditados o no, poco más pueden hacer que repetir la poca información que se filtra -siempre interesadamente- de los entornos vaticanos. Los más expertos, con un poco de nariz y de criterio, y con la posibilidad de enfocar correctamente el contexto; y los más indocumentados, a lo bruto.
Pero todo esto es previsible que acabe esta semana. Sabremos el nombre del nuevo papa, pero aún tardaremos unos meses a saber qué querrá hacer. Recordemos que la misma elección de Ratzinger pareció en un primer momento un puro continuismo de Juan Pablo II. Un "panzerpapa". Y probablemente ese fue el motivo de la elección, teniendo el cuenta el perfil del colegio cardenalicio del momento.
Pero el personaje ha mostrado un nivel y perfil propio que le ha hecho apuntar a cambios que hace ocho años no imaginamos. Pero esto no se empezó a ver claramente hasta unos meses después de oír sus discursos, y definitivamente cuando decidió cerrar de un plumazo el caso Maciel y dejar de echar tierra sobre los casos de los abusos a menores. ¿Lo escogieron para esto? Probablemente no. Pero es lo que hizo Benedicto XVI.
Si se repite una elección de pura continuidad, siempre nos quedará lo que dijimos hace ocho años: que el papado imprime carácter, que un Prefecto de Doctrina de la Fe que se debe a su superior no actúa igual que un papa. Y en este caso, ha sido así.
Todo esto si no hay una sorpresa y, en lugar de lo que parece probable, acaba saliendo un cardenal capuchino o jesuita, un brasileño con gran aprecio por la vida religiosa, o un biblista de pies a cabeza. Eso si que sería una señal clara de que los cardenales han asumido que hay necesidad de un gran cambio.