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Cada año la persona que gana el Premio Nobel de la Paz encuentra un eco bastante amplio en los medios de comunicación. No obstante, me pregunto cuántos sabrían indicar quién lo ganó el año 2023. ¿Cuál es su nombre? Se trata de una mujer llamada Narges Mohammadi, nacida en Zanjan, (Irán) hace 52 años. Periodista, activista, comprometida con el movimiento «Mujer, Vida, Libertad», vicepresidenta y portavoz del Centro de Defensores de los Derechos Humanos. Detenida, encarcelada, condenada a 13 años de prisión, que cumple a partir de 2021. Desde el pasado 4 de diciembre fuera de la cárcel, con un permiso por enfermedad de tres semanas. Tiempo totalmente insuficiente. El año pasado el Comité Noruego del Nobel reconoció «su lucha contra la opresión de la mujer en Irán y para promover los derechos humanos y la libertad para todos». Con este premio, el Comité «reconoce a los cientos de miles de personas que, desde hace un año, se manifiestan contra las políticas de discriminación y opresión que el régimen teocrático ejerce contra las mujeres».
Mohammadi es autora del libro Tortura blanca, en que entrevista a mujeres iraníes encarceladas. El título del libro apunta a una manera determinada de practicar la tortura que no se centra tanto en agresiones físicas, sin excluirlas, sino en destrozar su conciencia, su psicología, su sensibilidad. Como afirma Shannon Woodcock, «la tortura blanca está diseñada para dejar secuelas que perduren incluso después del tiempo de prisión». Temporadas muy largas de aislamiento junto con interminables interrogatorios sobre delitos jamás cometidos. Anulación de estímulos sensoriales que provocan ansiedad y problemas fisiológicos y distorsiones cognitivas. Vida en un espacio reducido, inhumano. Bombillas potentes encendidas día y noche. Ojos vendados al salir de la celda para acudir a los interrogatorios. Comida insípida. Falta de atención médicas. Sentimiento profundo de desconfianza. El silencio genera angustia, pero también las voces y ruidos. Las mujeres añaden el sufrimiento por sus hijos, por su familia, más aun que los hombres, por papel de madres y cuidadoras.
La tortura, prohibida en numerosos tratados internacionales, sigue siendo un recurso muy usado. Un arma opresiva, en este caso, contra mujeres por motivos políticos o religiosos (bahaís, cristianos, derviches…), con el objetivo de buscar que se retracten en público. La lectura de las entrevistas permite darse cuenta de un sufrimiento inconcebible, que se infringe a las personas detenidas y presas, junto a su resistencia admirable. ACAT [Acción de los Cristianos por la Abolición de la Tortura] mantiene desde hace una «gran lucha contra la tortura, la pena de muerte y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes.» Tortura blanca no es un libro de entretenimiento, sino que sirve para tomar consciencia de una realidad que lacera a nuestro mundo, que indigna al conocerla y que interpela al descubrir el coraje, la valentía y la entereza de unas mujeres, tan sencillas en la vida como excepcionales en su coherencia. El Nobel de la Paz a Narges Mohammadi da mayor visibilidad a un problema muy grave que podría pasar inadvertido. 
 

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