Cuando las personas salen de las bocas del metro próximas a la basílica de la Sagrada Familia y su mirada se dirige al monumento, sus ojos brillan de asombro y estupefacción. Su capacidad de admirar la belleza parece colmada con la obra de Gaudí. Seguidamente dan la vuelta, deteniendo su contemplación tanto en la fechada del nacimiento como en la fachada de la pasión, muerte y resurrección. La vista se alza hacia las torres de los apóstoles, de los evangelistas y de Maria. La torre de Jesús todavía no está culminada, pero se prepara para coronar el templo con una gran cruz. El arte y la belleza están encriptadas en las formas modernistas, en las esculturas de los protagonistas, en el colorido del trencadís. Es decir, su clave está oculta, cifrada. ¿Dónde? En la cripta.
La cripta, como sucede con un iceberg, tiene una parte profunda que se resiste a la vista. Se encuentra en el subterráneo. Dos acepciones de la palabra se ajustan a su realidad, como lugar para enterrar a los muertos y como espacio destinado al culto en una iglesia. En una capilla lateral de la cripta de la Sagrada Familia está la tumba de su arquitecto, Antoni Gaudí, cubierta por una lápida austera con una inscripción, sin más florituras. No obstante, la junta constructora intenta siempre desentrañar las intenciones y los planteamientos del arquitecto reusense para ser lo más fieles posible a su genialidad técnica y a su espiritualidad profunda.
La cripta, además, contiene el elemento esencial de interpretación del templo. Me refiero a la clave de la bóveda, donde confluyen los arcos. Tiene esculpido el momento de la anunciación. Si elevamos una línea perpendicular desde este medallón, se pasa por el altar de la basílica hasta incrustarse en la punta de la estrella, que se ilumina en la torre de María. En ella, se posibilita el gran proyecto de Dios que consiste en su encarnación en Jesús. Esta clave de bóveda es la clave de todo el templo. Si no se entiende esto, no se entiende nada. La cripta se convierte de este modo en el útero donde ocurre el milagro de la vida, donde se alberga nuestro niño o nuestra niña interior, donde la presencia de Dios se tiñe de intimidad. Toda la belleza que se muestra en el exterior surge de esta zona subterránea, oculta. Sin ella, sería un mero decorado.
La carta a los corintios nos lo recuerda: «¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» (1Cor 3,16). La cripta se sitúa en el corazón, entendido no tanto como la sede de los sentimientos, sino bíblicamente como el centro de la persona. Sor Isabel de la Trinidad así lo entendió: «Construir una pequeña celda dentro de tu alma. Piensa que Dios está allí y entra en ella de tanto en tanto» (Carta 123). En la cripta se tejen las relaciones más profundas, que dan sentido a la existencia. En ella, pese a los Herodes de turno que quieren eliminar el Niño, proclamamos con alegría y esperanza que siempre es Navidad y que el tiempo se transforma en un Año nuevo. Feliz Navidad y feliz año 2025.
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