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Seguimos leyendo, en la segunda lectura de este domingo, fragmentos del libro del Apocalipsis. Hoy se nos propone la lectura de los primeros versículos del capítulo 21 (Ap 21,1-5a) inicio de la séptima y última visión que proclama el advenimiento de una nueva creación y una nueva Jerusalén.
La lectura comienza con la proclamación de la creación de un cielo nuevo y una tierra nueva. La frase ha desatado la imaginación de adivinos y visionarios de todas las épocas. El autor del Apocalipsis tiene presente el anuncio del Tercer Isaías: "Crearé un cielo nuevo y una tierra nueva" (Is 65,17). Estas palabras van dirigidas a los judíos que habían sufrido el exilio de Babilonia y la opresión y malos tratos de los pueblos que los dominaron. Las palabras del Tercer Isaías están dichas en función de lo que representó el exilio: Israel hundido en el caos de los pueblos idolátricos debe renacer como una nueva creación.
De hecho, esta situación los autores de Génesis la reproducirán en el contexto de toda la humanidad. La Escritura judía comienza diciendo: "En el principio creó Dios el cielo y la tierra" (Gn 1,1). La bondad de esta creación se deteriora por la malicia de los hombres y Dios se arrepentirá de lo que había creado (Gn 6,5-7). La nueva tierra que surgirá después del diluvio es el equivalente a una nueva creación. Toda nueva creación conlleva siempre un estado previo negativo de perversión, de mal.
El libro del Apocalipsis hace patente la misma situación. Con anterioridad a la nueva creación, el libro ha puesto de manifiesto la maldad concretada en la idolatría presentada con la imagen de la prostitución, a semejanza del libro de Oseas que identifica prostitución con idolatría (Os 2). "Los habitantes del mundo se han embriagado con el vino de su fornicación" (17,2); "Había embriagado todas las naciones con los vinos y las orgías de su fornicación" (18,3), dirá el Apocalipsis. Ante este panorama desolador el cielo y la tierra huyen ante el trono blanco de Dios (20,11) y luego sigue la promesa de una nueva creación.
En la nueva creación no hay mar. El mar es el equivalente el mal, el caos, el desorden. La eliminación del mal es, por tanto, la supresión de todo esto. En la primera creación el caos no desaparece porque la presencia del mal está en estado permanente de tensión y conflicto con el bien. La promesa del cielo nuevo y la tierra nueva, sin mar, es, para los cristianos perseguidos la promesa de un mundo donde los enemigos perseguidores han desaparecido, han sido vencidos.
En la cita de Isaías la creación de un cielo nuevo y una tierra nueva conlleva la creación de una nueva Jerusalén. Hay que tener en cuenta que, en el momento en que se escribe el libro del Apocalipsis, Jerusalén ha caído el año 70, después de un largo y muy doloroso asedio infligido por los romanos. El autor de libro establece una contraposición entre la santidad de la nueva Jerusalén, la ciudad que baja del cielo, y la prostitución / idolatría de la ciudad que reina sobre los reyes de la tierra (17, 5.18). Contraste similar, también, entre novia y prostituta, entre pureza e impureza. Es un contraste que encontramos ya en el libro de Oseas. Allí el Israel idólatra es comparado a la adúltera que practica la prostitución, yendo detrás de los amantes / ídolos. A la inversa, Israel objeto del amor de Dios y fiel a este amor es comparado a una esposa amada (Os 2). El libro del Apocalipsis no es ajeno al tema de la boda. En el C.19 habla de las bodas del Cordero con la esposa engalanada con las buenas obras de los santos (19,7). La nueva creación conlleva una novedad; en el libro de Oseas Israel infiel y apóstata recibe el nombre de "no mi pueblo" y Dios dice: "no serán mi pueblo y yo no seré nada para vosotros" (Os 1,9). Los cristianos perseguidos del Apocalipsis serán ahora el auténtico pueblo de Dios. Dios estará con ellos, viviendo en unas condiciones de proximidad como un esposo con su esposa a la que le dedica toda clase de atenciones.

Domingo 5º de Pascua 24 de Abril de 2016

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