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2º Domingo de Pascua. Ciclo C.
Barcelona, ​​3 de abril de 2016.

Los discípulos se encuentran de nuevo con el que les había llamado, Jesús Resucitado –vencedor de la muere–, al que habían dejado bien solo a la hora del trance.
Las mujeres abrazan al que había defendido su dignidad y las había acogido como verdaderas amigas y colaboradoras.
Pedro, llora al verlo y ya no sabe si lo ama más que los demás. Sólo sabe que lo ama.
María de Magdala abre su corazón a aquel Jesús que la había seducido para siempre.
Los pobres, las prostitutas y los indeseables lo sienten muy cerca, como su verdadero y único Defensor ante el mundo y de Dios.

Ahora, tendrán que aprender a vivir de la fe. Y llenarse del Espíritu de Dios.
Ahora, tendrán que recordar sus palabras y actualizar sus gestos. O al revés: primero hechos, luego palabras.
Pero lo que de verdad cuenta es que Jesús, el Señor, está con ellos lleno de vida para siempre.

Todos experimentan el mismo:
–una paz honda
–y una alegría desbordante y contagiosa.

Las fuentes evangélicas, tan sobrias siempre al hablar de sentimientos, aquí lo remarcan una y otra vez: el Resucitado desvela en ellos alegría y paz.
Y yo me pregunto:
¿Dónde está hoy la alegría en una Iglesia a veces
–tan cansada
–tan seria
–tan poco dada a la sonrisa y la risa
–con tan poco humor y humildad para reconocer sus errores y limitaciones?

¿Dónde está la paz en una Iglesia tan llena de miedos, de recelos y desconfianzas buscando siempre su propia defensa más que la felicidad de la gente?
¿Hasta cuándo podremos seguir defendiendo nuestras doctrinas de una manera tan monótona y aburrida si, al mismo tiempo, no experimentamos
–la alegría de vivir
–el gozo
–el contagio en Cristo?

¿A quién atraerá nuestra poca fe si, en ocasiones, ya no podemos ni aparentar que realmente vivimos de ella?
Y, si no vivimos del Resucitado, ¿quién llenará nuestro corazón y alimentará nuestra alegría?
Y si falta la alegría que viene de Jesús ¿quién podrá comunicar algo nuevo y bueno
a los que dudan
–a los que lloran
–a los que se desesperan
–a los que fracasan?
¿Quién podrá contagiar renovada esperanza a los que sufren y lo pasan mal y pésimamente?

Si queremos ser creíbles, debemos ser auténticos.
¿Lo somos, nosotros, de auténticos?
¿Auténticos en lo que pensamos?
¿Auténticos en lo que decimos?
¿Auténticos en lo que hacemos?

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