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Hasta hace muy poco —y en el marco de mis clases universitarias—, una de las metáforas más exitosas para explicar los rasgos que caracterizan a los seres humanos ha sido el binomio internet-intranet (local). En efecto, he presentado a la persona humana —insisto en la metáfora— como una realidad relacional, abierta, que necesita comunicarse y establecer vínculos, aprender de los demás, conocer nuevas realidades, buscar respuestas más allá de ella misma, constituir grupos para realizar tareas... (internet). Al mismo tiempo, necesitada de una vida interior, un espacio más personal y también más seguro o al menos más acotado, un espacio para la provisionalidad, la construcción de la identidad, los sueños, los proyectos, la memoria... (intranet o local).
Al generalizarse no sólo las redes sociales sino también la informática en nube —muy especialmente entre los jóvenes— como una forma de computación que tiene sus fundamentos en internet y, mediante la cual, los recursos compartidos, programario e información, se proporcionan a ordenadores y a otros dispositivos a la carta como servicios, confieso que mi metáfora entró en crisis. Parece, pues, que el «mundo exterior» o el «mundo hacia fuera» ¡se ha impuesto! Me pregunto si la informática en nube es un puro fenómeno tecnológico resultado de distintas circunstancias como la universalización del ancho de banda o, en el fondo, también va acompanyada por un cierto cambio más profundo. Ciertamente se detectan una serie de valores, escenarios, maneras de vivir y algunos interrogantes profundos. Por eso, se puede hablar de cibercafé, cibercultura, ciberética o ciberterrorismo.
Más allá de los procesos de aprendizaje y de compartir, ¿qué estamos consolidando y qué interrogantes vamos encontrando? Por un lado constatamos una gran confianza hacia las TIC como escenario universal que también incorpora el valor de la seguridad; la tendencia a la homogeneización de los contenidos: todo se convierte en información (desde la foto familiar hasta los trabajos de clase); la ubicuidad u omnipresencia de la información —adjudicamos una característica que hasta ahora era propia de las deidades— con una correlación social: la movilidad de las personas y la globalización de los proyectos; la posibilidad de una participación contemporaneizada de varias comunidades de intereses similares; se va haciendo caduca la tensión público-privado por una mayor preocupación por la economía de escala; la ponderación de la velocidad y cantidad de información, la accesibilidad de los contenidos y del buen funcionamiento de los sistemas en detrimento de la debilidad de las relaciones humanas y sociales; la exigencia de la accesibilidad desde cualquier instrumento en un futuro inmediato; la progresiva difuminación de las fronteras entre lo tangible y lo intangible; el descubrimiento de nuevas vulnerabilidades, etc. En este contexto, remarcaría la necesidad de favorecer el cultivo de la «conectividad interior» de la persona que permita un equilibrio antropológico entre el ser y el hacer, que posibilite asimilar lo que vivimos y responder a la realidad con libertad, profundidad y serenidad. En definitiva, también «mundo interior» pero ni ciego ni escapista.

Publicado en Catalunya Cristiana, edición 1700, de 22 de abril de 2012, p. 16.

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