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Comentario a la primera lectura del domingo 4.º de Pascua

La primera lectura de este domingo (Hch 4,8-12) recoge el discurso de Pedro ante los dirigentes y notables de Israel, después de la curación de un inválido por parte de Pedro y Juan (Hch 3,1-10). A diferencia de los otros dos discursos, Pedro se dirige esta vez a las autoridades judías. No se puede desaprovechar la ocasión de dirigirse a un auditorio tan significativo.

El Sanedrín se reunía en semicírculo. Los que aparecían ante ellos se pondrían en medio de este semicírculo. Todo está diseñado para intimidar a los que tienen que aparecer ante el consejo. Los miembros del consejo seguramente se sentaban en asientos elevados, pero los que eran examinados estarían derechos. Esta descripción se ajusta con el que dice el salmo que Pedro citará después: “Me rodeaban y estrechaban el asedio, invocando el Señor los he vencido. Cuando me rodeaban como un enjambre y se encrespaban como un fuego de aulagas” (Sl 118,11-12) Los miembros del consejo son ricos y poderosos. Pedro y Juan no tienen ni la cultura ni la riqueza de quienes los juzgan. Esto hace que resalte la valentía de Pedro para hablar ante las autoridades religiosas.

La pregunta del consejo pretende averiguar cual ha sido la calidad de la fuerza (divina o demoníaca) de que se han servido para curar al hombre inválido. Al consejo les importa muy poco este hombre representante de un sector del pueblo de Israel que ha quedado postrado y paralizado víctima de las imposiciones religiosas de la ley judaica. Ellos quieren saber el nombre que han invocado, es decir, la persona que los ha autorizado a hacer la curación. Es evidente que el acontecimiento les molesta porque ha aparecido una autoridad incontrolada que tiene la osadía de desafiar su incuestionable autoridad. El consejo presupone que la autoridad no es la de los propios apóstoles sino que viene de alguien otro. En el evangelio Lucas nos presenta a las autoridades interrogando a Jesús de manera parecida: “ Los grandes sacerdotes y los maestros de la Ley con los notables y le preguntaron: “Dinos con qué autoridad haces todo esto. Quién te ha dado esta autoridad?” (Lc 20, 1-2). La pregunta ofrece a Pedro la oportunidad de hablar de la autoridad de Jesús y de retruque de su muerte y resurrección culpabilizando de la muerte a las autoridades que le estan escuchando.

La respuesta de Pedro empieza con una proclama de la muerte y la resurrección de Jesús que se complementa con una cita del salmo 118,22. “Esta es la piedra despreciada por vosotros los constructores que se ha convertido en piedra angular”. El salmo es un canto que expresa la admiración de aquel quien, amenazado de muerte, ha conseguido la salvación. Quien estaba abocado al ámbito de la muerte se asemeja a una piedra que los constructores de un edificio han desechado pero sorprendentemente esta piedra ha pasado a ocupar un lugar de honor como piedra angular.

La expresión “piedra angular” seguramente se refería a una piedra grande que unía la intersección de dos paredes y apoyaba a las dos. También se podría referir a la piedra clave que coronaba un edificio. Sin embargo, cualquiera que sea el significado de la frase, el sentido aquí queda claro. Las autoridades religiosas (los edificadores) rechazaron a Jesús, aquel que ha resultado ser el fundamento en la construcción de las nuevas comunidades cristianas. Ellos constructores del pueblo de Israel lo único que han sabido construir es un pueblo postrado e inoperativo simbolizado por el inválido que ha sido liberado por Pedro y Juan.

El Señor ha realizado en Jesús un cambio espectacular: él que había sido depreciado (recordamos las escenas de las burlas) hasta morir en una cruz ha experimentado nuevamente la vida. Jesús será la piedra donde se apoyará la construcción de las nuevas comunidades cristianas, comunidades liberadas y liberadoras

Domingo 4.º de Pascua. 21 de Abril de 2024

 

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