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El evangelio de este domingo (Lc 10,25-37) presenta un texto con dos partes bien diferenciadas, unidas por la pregunta del maestro de ley que actúa como nexo: Quiénes son los otros mi prójimo?. La primera parte tiene el estilo de las controversias entre rabinos frecuentes en tiempo de Jesús. Todo empieza con la pregunta del maestro de la ley: ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? Él y Jesús están de acuerdo en recurrir a la Escritura y Jesús le invita a que sea él, quien encuentre la respuesta allí donde está lo que él sabe y conoce. La respuesta a esta primera pregunta une dos textos de la Torá que en ningún lugar del Antiguo Testamento se encuentran unidos y el judaísmo antiguo no asoció nunca. Sólo en el “Testamento de los doce patriarcas”, obra de la literatura apócrifa encontramos: "Amad a Dios y a los demás" (TestIss 5,1). El maestro de la ley no tiene problemas en cuanto al amor de Dios, su problema radica en el amor a los demás. La pregunta sobre quién es mi prójimo era un punto fuerte de discusión entre los rabinos de la época. La segunda pregunta del maestro de la ley implica admitir que la Escritura pide una interpretación.

El maestro de la ley espera una respuesta hecha a su medida e interés, pero Jesús responde, no con un texto de la Escritura, sino con la conocida parábola, construcción propia de Lucas. El hombre maltratado por los bandoleros baja de Jerusalén hacia Jericó. Se aleja de la ciudad donde está el templo, se distancia del centro neurálgico de la religión de Israel y eso se paga caro, incluso con la propia vida. Por eso el sacerdote y levita, representantes por excelencia del templo como institución fundamental de la religión judía, pasan por el otro lado del camino. Es una manera clara de querer decir: "tienes tu merecido, tú te lo has buscado".

Del tríptico formado por el sacerdote, el levita y el samaritano, vale la pena fijarse en la figura del levita. Los levitas eran un clan, que se transformó en una asociación religiosa y así es como la encontramos en tiempos de Jesús. Tuvieron un papel destacado en defensa de la alianza cuando castigaron a los adoradores del becerro de oro (Ex 32,36-39). Era la tribu sin tierra, lo que les hacía depender de la caridad de los demás, tal como prescribe el Deuteronomio (14,27-29). Sin la riqueza de la tierra y el apoyo de la familia el levita sólo podía fiarse de Dios, por eso eran la encarnación social de la alianza y formaban parte del colectivo de los pobres de Yahvé. El mismo Deuteronomio es quien dice que velan por la alianza (Dt, 33,9). Por ello llama la atención la insensibilidad del levita, él que vive de la caridad de los demás es incapaz de practicar lo que los demás practican con él. Por experiencia personal él como nadie está capacitado para ponerse en el lugar del hombre maltratado.

Sorprende también la pregunta con que Jesús concluye la parábola: ¿Cuál de estos tres te parece que se comportó como prójimo del que cayó en manos de los salteadores? (V.36). ¿En qué quedamos? ¿Quién es el prójimo, el apaleado o el samaritano? Jesús quiere llegar al interior del maestro de la ley. La última pregunta de Jesús debería entenderse así: ¿Cuál de los tres ha sido capaz de entender que las relaciones humanas deben construirse sobre la base de que todos somos prójimo de todos? El hombre apaleado es prójimo del samaritano - esto queda muy claro-pero también el samaritano es prójimo del apaleado. Al decirle Jesús al maestro de la ley: Haz lo mismo, le está diciendo: sé tú prójimo, porque quizás tú necesitas más ayuda que el hombre apaleado, una ayuda quizás no material ni física, sino mental, de tal manera que te haga salir de tus esquemas, los que te impiden ver que tienes tanta necesidad de ayuda como el hombre que unos bandoleros dejaron medio muerto.

Domingo 15 durante el año
14 de Julio de 2013

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