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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Vivimos inmersos en el caos, la confusión, el colapso, el desorden, el desconcierto…. Los conflictos bélicos ensombrecen el futuro e inoculan inseguridad. Se reacciona, a menudo, desde la perplejidad. Rascas un poco la esfera emocional de las personas y aparece con nitidez la ira, la indignación, el cansancio, el hastío... No se trata solo del diagnóstico de un colectivo, sino que percibimos estos síntomas como realidades que afectan, de un modo u otro, a la mayoría de la gente. Los momentos de alegría aparecen como frágiles, como un jarrón de cerámica que se puede caer y hacerse añicos. Con demasiada frecuencia, la diversión encubre el afán de la huida. Aquello que ha servido hasta hace poco ha quedado obsoleto. Los instrumentos, útiles en el pasado, han perdido vigencia. Las recetas fáciles suenan a engaño. Las generaciones, más que diferencias, presentan desconexiones que producen incomprensión. Whahab, protagonista de Visage retrouvé de Wajdi Nouawad, afirma cuando acude al hospital para visitar a su madre en sus últimos instantes de vida: «Todo se hunde». ¿Qué hacer en este clima tan deteriorado?

El Génesis, primer libro de la Biblia, presenta dos narraciones de un mismo hecho: la creación. Según la primera narración, la fuente P, «Al principio, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era caótica y desolada». La acción creadora es progresiva, se realiza en una semana, incluido el descanso del séptimo día. Gracias a ella, la tierra pasa del caos al cosmos. Esta palabra griega tiene dos significados: orden y belleza (de ahí la palabra cosméticos). Frente al caos, hay que poder orden y cuando se consigue la realidad adquiere belleza. El primer paso que Dios da para salir del caos es crear la luz. Según la segunda narración, fuente J, Dios también «creó el cielo y la tierra». Tras modelar al hombre, lo puso en el jardín del Edén, un lugar maravilloso de una belleza inigualable, donde compartiría su vida con la mujer y conversarían con Dios. Podían colmar sus deseos, comer los frutos de todos los árboles del jardín, menos de un árbol, que se encontraba en el centro. En este texto, el camino se produce a la inversa: van del cosmos al caos. Sucumben ante la tentación, quieren ocupar el centro y traspasar los límites. Son expulsados del Edén. Milton escribirá El paraíso perdido. Otra obra mismo autor recoge el deseo del retorno: El paraíso recobrado, sobre las tentaciones de Jesús en el desierto.

El caos no tiene la última palabra. Puede convertirse en cosmos: orden y belleza. Todo un proceso que requiere determinación, coraje, paciencia y apertura espiritual. El cosmos, simbolizado por el jardín de las delicias, exige atención, humildad, aceptación del límite, respeto a las leyes divinas. El orgullo, en cualquiera de sus formas, quiebra la vigilancia e implica la pérdida del orden y de la belleza. Sea cual sea la situación, todos aspiramos a «un cielo nuevo y a una tierra nueva» (Ap 21).

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