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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

«¿De qué manera la humanidad se podría librar de la amenaza de la guerra?» Millones de personas se formulan hoy esta cuestión. Leemos esta pregunta en una carta, escrita en Caputh (Postdam), el 30 de julio de 1932. Su autor es un genio científico y un pacifista activo hasta la médula. Se trata de Albert Einstein. La Sociedad de Naciones y su Instituto Internacional para la Cooperación Intelectual con sede en París le propuso que analizara un problema libremente escogido por él con una persona de su elección, en el marco de un intercambio libre de opiniones. Einstein escogió a otro genio, Sigmund Freud. Los dos eran judíos. Los dos se exiliaron a causa de Hitler. Se habían encontrado antes, en 1927, y tenían una buena relación. Freud lo recuerda diciendo con ironía: «Entiende de psicología como yo de física, de modo que nuestra conversación fue muy agradable». Las dos cartas originan el libro ¿Por qué la guerra?. Judith Butler las comenta en el suyo: La fuerza de la no-violencia.

Einstein propugna la creación de una autoridad legislativa y judicial para la solución de todos los conflictos que surjan entre los Estados. Se requieren dos elementos: derecho y fuerza. Difícil, el primero; el segundo, todavía más. Tras constatar los fracasos a lo largo de la historia, concluye que existen enormes fuerzas psicológicas que paralizan estos esfuerzos. De ahí que escoja a Freud como interlocutor. Añade otra pregunta: «Es posible dirigir el desarrollo psíquico de los seres humanos de tal manera que estos se vuelvan más resistentes a la psicosis del odio y de la destrucción?»

Freud, desde Viena, le envía su respuesta en septiembre de 1932. Freud considera que el poder, en este caso, ya no es fuerza sino violencia. Tradicionalmente los conflictos se han resuelto a través de la violencia. Ahonda sobre el psiquismo humano y sobre las pulsiones instintivas: el eros, que une, y thanatos, que separa. Concluye que «la actitud cultural y el fundado temor a las consecuencias de la guerra futura» sean un motivo de esperanza, pero no sabe adivinar cómo se logrará este fin. Dos cartas antológicas para reflexionar.

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