(Ramón Prat / Obispado de Lleida) La respuesta a la crisis social mundial actual no pasa sólo por asumir un compromiso intenso y rápido, a la manera de un corredor "sprinter", sino por el compromiso permanente, constante y largo plazo, propio de una "maratón". Por esta razón, al mismo tiempo que van emergiendo diversas alternativas operativas económicas y políticas, hay que poner unos cimientos que sostengan esta larga marcha de búsqueda de caminos hacia la renovación de la humanidad de nuestro tiempo.
Mi aportación irá en esa dirección. Por ello, utilizaré la metodología de la lectura creyente de la realidad (Lc 12, 54-56). En un primer momento describiré algunos de los retos y signos de esperanza de la coyuntura histórica actual. En un segundo momento ofreceré algunos principios y criterios evangélicos, teológicos, espirituales y pastorales. Finalmente, sugeriré algunas directrices y líneas de acción.
I. - Retos y signos de esperanza.
La situación candente actual de la humanidad responde a un debate universal, que no es abstracto sino concreto y arraigado en las diversas situaciones particulares y locales. Es la intuición que ya planteó Juan XXIII en la encíclica Mater et Magistra (1961)). Efectivamente, el documento del año 1961, al tiempo que rememora la enseñanza social de la Iglesia desde León XIII, abre la reflexión a nuevos aspectos concretos de la cuestión social al considerar la agricultura como un sector deprimido y, especialmente, al situar la cuestión obrera y la cuestión social en el marco de la cuestión mundial. Esta afirmación y denuncia tan importante fue reafirmada con más intensidad en la encíclica Pacem in Terris, publicada dos años más tarde (1963).
Si vamos un poco más a fondo en la observación de la realidad social actual, podemos analizarla desde tres elementos clave. En primer lugar, hay que observar que vivimos en una sociedad edificada sobre la mentira, o en las verdades a medias. En segundo lugar, podemos verificar que esta mentira es la causa más profunda que engendra el clima de la violencia social en que vivimos. En tercer lugar, debemos tomar conciencia que la violencia nos ha aislado unos de otros, y ha bloqueado un diálogo universal eficaz para afrontar los problemas comunes. La consecuencia de esta realidad social es que no es fácil unir y compartir los esfuerzos de las personas y las instituciones, que ya están buscando alternativas a la situación.
Cabe decir que esta situación no sólo afecta a las instituciones sociales, políticas, económicas y culturales, sino también a cada ser humano concreto. Se acabó el tiempo de limitarnos a la denuncia de la situación estructural (que por supuesto se debe hacer) pero sin sentirnos cómplices. Ha llegado la hora de implicarse personalmente en la transformación social, anunciando las actitudes y los caminos de superación de la misma.
Esta contradicción entre la mentira social y la complicidad de muchas personas e instituciones con esta situación, plantea a los cristianos unas preguntas radicales:
• ¿Cuál es la actitud y la opción de cada cristiano y de la Iglesia ante la emergencia de la verdad social?.
• ¿Estamos dispuestos a revisar nuestras propias actitudes y prácticas sociales?,
• ¿Cómo nos disponemos los cristianos a compartir nuestro compromiso con las otras personas e instituciones implicadas en la renovación de la humanidad?
Sin embargo, esta situación vivida, al mismo tiempo que es un gran reto, también es el gran signo de esperanza de los tiempos que se avecinan: denunciar la mentira social para encaminar a la humanidad hacia la verdad, la justicia, la paz, el amor y la libertad, como afirman Mater et Magistra y Pacem in Terris. Estamos ante la esencia del cristianismo, del proyecto de Dios sobre la historia, que anunciamos en el evangelización y que constituye la tarea nuclear de la Iglesia de todos los tiempos: caminar hacia la unidad y ser fermento de la Nueva Humanidad.
II .- Principios y criterios evangélicos.
Para esta larga marcha de la búsqueda de una alternativa social no hay recetas, pero tampoco vamos a la deriva, sino que tenemos unos principios y criterios que nos orientan y nos guían. Entre otros, podemos destacar algunos de los más importantes:
1 .- El criterio antropológico.
El primero y principal criterio es la búsqueda de la autenticidad, es decir, vivir en la verdad. La autenticidad pasa por partir de la complejidad de la situación social, por la aceptación de las limitaciones de nuestros conocimientos y por el reconocimiento de la propia debilidad personal y comunitaria. Sin embargo, no se nos pide ser superhombres, sino personas implicadas, consciente y consecuentemente, en el análisis de la realidad, la búsqueda de caminos operativos eficaces, y para permanecer en el compromiso de la acción. Estas son las bases humanas para acreditar la credibilidad de todo el que quiera ser mensajero del evangelio, condición y posibilidad para acreditar la credibilidad del mensaje cristiano. Hay que reconocer que la vida de Juan XXIII es un icono real de este criterio antropológico de la autenticidad. Por esta razón, su testimonio de autenticidad llegó a toda la gente y acreditó el mensaje evangélico de la justicia social. Podemos decir que, 50 años después de la publicación de la encíclica Mater et Magistra, su mensaje sigue vivo.
2 .- El criterio teológico.
La credibilidad del mensajero no ahorra el discernimiento de la credibilidad del mensaje evangélico. Este es el sentido del criterio teológico. La calidad del evangelio se manifiesta en el testimonio de cada cristiano, pero sólo es eficaz cuando realmente es un testimonio comunitario de defensa del bien común y de la dignidad de la persona, desde el horizonte de las bienaventuranzas (Mt 5, 1 - 12), operativo en las obras de misericordia (Mt 25, 31 a 46 ). Este principio del testimonio comunitario, no sólo sostiene la comunión interna de la comunidad cristiana, sino también la misión de la Iglesia en el Mundo. El testimonio comunitario eclesial no es sólo la suma cuantitativa del testimonio de los individuos, sino un salto cualitativo que refleja el misterio de Dios presente en la Iglesia. Efectivamente, los cristianos sólo somos creíbles cuando anunciamos la buena nueva a los pobres (Lc 7, 22)
El Concilio Vaticano II expresó bellamente este criterio teológico cuando en la Constitució Pastoral Gaudium et Spes, presenta la Iglesia como signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona ". (GS 76 / 2). Este doble elemento, "signo y salvaguardia", pone de relieve la importancia de la fe profesada (signo del misterio de Dios) y de la fe manifestada en la esperanza y realizada en la caridad (escudo o salvaguardia de la dignidad trascendente de la persona).
Efectivamente, cuando luchamos por la dignidad de cada persona y no permitimos que sea moneda de cambio, no estamos haciendo nada más, ni menos, que afirmar con hechos que cada persona concreta es imagen de Dios, hijo o hija de Dios. Una vez más, estamos ante la entraña del cristianismo. La lucha por la justicia es el nivel mínimo de la práctica de la caridad. La caridad añade a la justicia la opción radical de intentar vivir tal y como Cristo vivió, y amar tal y como él amó.
3, - El criterio espiritual.
La práctica del criterio antropológico y teológico generan personas unificadas en su interior, que son capaces no sólo de aceptar un compromiso concreto y a tiempo parcial, sino de vivir comprometidas desde la libertad liberada. De hecho, no es posible una verdadera transformación de la sociedad sin la transformación de la persona en su interioridad. Esta cualidad espiritual del agente social es esencial para no desfallecer en la larga marcha de la transformación de la sociedad en comunidad humana y fraternal.
La manera de verificar esta calidad espiritual es preguntarnos si, al mismo tiempo que luchamos por una sociedad nueva, vamos produciendo los "frutos del Espíritu Santo" y, especialmente, la caridad que brota de la justicia, el gozo de vivir y la paz serena (Ga 5, 22-23).
4 .- El criterio pastoral.
Los criterios anteriores sostienen la dinámica pastoral propia de la Iglesia Samaritana (Lc 10, 25-37). La Iglesia samaritana es una comunidad de fe que vive su proyecto misionero con realismo y libertad, pero que es capaz de dejarlo todo cuando observa el sufrimiento del mundo, para atender eficazmente a la persona que sufre, creando las condiciones objetivas para curar su dolor, erradicar las causas de este dolor, y que pueda seguir su propio camino con autonomía y sin crear ningún tipo de dependencia paternalista.
En esta perspectiva conviene revisar la labor de la institución de Cáritas en la vida de la Iglesia. Cáritas organización es sólo el "motor de arranque" de la caridad de toda la comunidad cristiana, llamada a vivir como Cristo vivió y amar como Cristo amó. De esta manera, tomamos conciencia que la caridad de la Iglesia no es un departamento sectorial de la misma, sino un eje vertebrador transversal, que nace de la Caridad de Dios y que llena de amor toda manifestación y acción eclesial sin excepción: la acción profética, la celebración litúrgica y el funcionamiento real de las estructuras educativas de la fe.
Estos cuatro principios y criterios, son la roca firme sobre la que podemos edificar la vida interior de la comunidad eclesial y su misión en el mundo. Esta roca es la Palabra amorosa de Dios entregada a la humanidad para siempre en la persona de Jesucristo y sellada por el Espíritu (Mt 7, 24 - 27).
Sobre esta base es posible emprender la larga marcha (maratón) de la lucha por la justicia sin desfallecer nunca. Cooperando con todas las personas y los grupos disfuncionales ante el sistema establecido, podemos compartir los caminos de búsqueda de alternativas. Entonces, al tiempo que nos ocupamos de las necesidades personales, también somos capaces de asumir esta responsabilidad social con un cuidado infinito. Sólo así podemos aportar el sabor del Evangelio a la sociedad de nuestro tiempo.
III .- Directrices operativas y líneas de acción.
Los retos y signos de esperanza descritos, a la luz de los principios y criterios elaborados, nos permiten sugerir algunas directrices operativas y algunas líneas de acción, para andar con realismo y lucidez. Dada la limitación del tiempo y el espacio, me limitaré a enunciarlas en este documento.
1 .- Promover un movimiento decidido y permanente de concienciación de la misión y la presencia transformadora de los cristianos en el mundo.
A la luz del evangelio, de la gran tradición de la fe y de la enseñanza social de la Iglesia, esta es la tarea básica del laicado. Se trata de hacer las cosas bien hechas: la responsabilidad en el trabajo, la vida familiar y la presencia activa en la sociedad. Esto supone un esfuerzo de conversión de cada cristiano a la responsabilidad creadora, consciente y consecuente. En lenguaje popular, podemos decir que se trata de barrer delante de su casa. Antiguamente, en los pueblos cada vecino barría delante de casa y, de esta manera, todo el pueblo resplandecía. Este movimiento eclesial de promover la responsabilidad política de cada cristiano, cuando se produce, genera efectos multiplicadores en la base social y, también, en los dirigentes de la sociedad.
2 .- Realizar un trabajo inteligente y compartido, para buscar caminos alternativos económicos, políticos, sociales y culturales de convivencia humana y ecológica, basada en el bien común.
La conversión personal a la solidaridad es condición esencial para cambiar las cosas, pero es insuficiente cuando no es compartida en grupo y no se inserta en las instituciones políticas, económicas, sociales y culturales. Por esta razón, hay que renovar la práctica democrática hacia un nuevo modelo de participación más activa del pueblo en la toma de decisiones técnicas para resolver los problemas concretos. Hemos vivido recientemente una gran corriente de indignación ante la gestión política de la sociedad. Se trata de un movimiento social de denuncia del orden establecido. Sin embargo, reconociendo todo lo que tiene de positivo, creo que es urgente pasar de la indignación a la capacidad de asombro; es decir, no limitarnos a denunciar lo que es inhumano, sino también a abrirnos a la contemplación y a la admiración ante las personas y los colectivos que ya están construyendo las alternativas de futuro. Entre todos podemos trabajar eficazmente para el bien de todos.
3 .- Testimonio de las "bienaventuranzas" (Mt 5, 1-12), pruebas operativas en las "obras de misericordia" (Mt 25, 31-42).
Con esto quiero indicar que en el análisis y la búsqueda de alternativas económicas sociales, los cristianos tenemos que compartir la búsqueda de las soluciones técnicas en el interior del debate político de toda la sociedad. Sin embargo, este proceso debe ser vivido desde el talante y el estilo propio del evangelio, es decir, desde el horizonte de las bienaventuranzas, operativas en las obras de misericordia: el sentido de la pobreza, la compasión interior, la limpieza de corazón, el compromiso por la paz, la capacidad de no caer en el trampa de ser gente conflictiva, pero tampoco tener ningún miedo a meternos en líos cuando sea necesario.
4 .- Una tarea de toda la Iglesia en su globalidad.
Este compromiso nos afecta a todos: a la diócesis, las parroquias, las comunidades y las instituciones cristianas. Sin embargo, esta tarea comunitaria colectiva debe poner de relieve unas opciones y actitudes concretas, que emergen de la vivencia auténtica del Evangelio. Me limito a enumerar algunas de estas actitudes comunitarias más importantes:
• Comunidades acogedoras y atentas a la realidad.
• Comunidades que escuchan, aprenden, se comunican, enseñan y rezan con intención social.
• Comunidades que viven la identidad y la presencia transformadora de los laicos en el mundo, como un don y una tarea.
• Comunidades que viven la presencia en el mundo desde la convicción del compromiso temporal de los cristianos, en vistas a transformarlo y testificar la presencia de Dios en los acontecimientos humanos. En lenguaje clásico, este compromiso es llamado con la expresión latina "consecratio mundi": la ordenación de los asuntos temporales en la perspectiva del plan de Dios sobre la historia.
• Comunidades que acompañan a los cristianos comprometidos en la sociedad y en la política activa.
• Comunidades atentas a la formación permanente de los cristianos en la enseñanza social de la Iglesia.
• Comunidades que practican un discernimiento evangélico, mediante el Consejo de Pastoral Diocesano para elaborar proyectos concretos de acción, adaptados a cada circunstancia y lugar específicos.
• Comunidades que ofrecen una información clara sobre los servicios sociales eclesiales existentes.
• Comunidades que, al mismo tiempo que asumen la responsabilidad del compromiso, a veces dramático, no pierden el buen humor, es decir, la capacidad de vivir el presente en el amor, el sosiego, la alegría y la paz.
Conclusión
Hace años, la Conferencia Episcopal Española publicó un documento sobre el apostolado seglar, con el título Cristianos laicos, Iglesia en el mundo. Se trata de permanecer siempre fieles a esta tarea de los cristianos en el mundo, pero desde la convicción profunda de que una sola persona vale más que todo el oro del mundo (Joseph Cardijn). Esta convicción es la aportación necesaria y específica de la Iglesia en el debate social de todos los tiempos y, por supuesto, también del nuestro.
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Ramon Prat i Pons
Vicario general del obispado de Lleida. Director del IREL
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