Domingo 2º del tiempo ordinario. Ciclo B
Barcelona, 18 de enero 2015
La presencia de Dios es tan evidente como misteriosa.
Y la persona lo sabe.
Es una presencia que invita suavemente a la confianza y a la esperanza.
Su llamada no es una más entre tantas.
No se identifica con nuestros gustos ni proyetos.
Es radicalmente diferente.
Podemos acoger o no hacer caso.
Pero Dios sigue visitando las personas. Así nos lo dice el libro del Apocalipsis: "Mira, yo estoy llamando a la puerta: si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos. "(3:20)
¿Qué significa "abrir la puerta"?
Decir un pequeño "sí", aunque sea indeciso y débil
– dar entrada a Alguien que todavía no conocemos
– dejarnos acompañar por su presencia
– no recluirnos en la propia soledad egoísta
– retirar obstáculos, reticencias, recelos, quejas.
Empezar a conocer una experiencia religiosa diferente.
Descubrir, quizás por primera vez, que acoger Dios nos hace bien.
Es imposible aceptar a Dios, poder entendernos bien con Él, mantener una relación cordial si yo lo veo como un estorbo o como mi enemigo cuando, de hecho, es todo lo contrario. Dios constantemente nos hace bien porque nos ayuda a ser mejores personas y mejores creyentes.
Nos hace más humanos.
Esto es lo que todavía no han descubierto muchos y muchas que lo niegan tercamente o que hacen burla cruel porque ven en Dios el enemigo de su felicidad o una ridícula caricatura en vez de saber reconocer en Él su mejor y entrañable aliado en la vida y en la muerte. Aliado y amigo.
En la vida, porque nos libera de la equivocada manera de vivir centrada en el egoísmo terco y excluyente.
Y en la muerte, porque Él mismo nos abrirá, de par en par, las puertas del Paraíso y de la Bienaventuranza eterna que es Él mismo.
Personalmente, ¿cómo nos preparamos?
En el relato evangélico de hoy nos describe un diálogo maravilloso entre Jesús y dos discípulos que se acercan a Él.
Jesús les pregunta: ¿Qué buscáis?
Ellos le dicen: ¿Dónde vives?
Jesús les invita: Venid y lo veréis.
Quien busca sinceramente Jesús debe comprobar por propia experiencia qué es
– vivir con Él
– y vivir como Él.
¿La hemos hecho nosotros esta experiencia?
¿Qué pruebas tenemos?
¿Somos mejores como personas y como creyentes?