El escritor londinense John Berger, fallecido en París en 2017, es el autor del libro Maneras de mirar. Sostiene que «la acción de ver precede a la palabra. El niño mira y reconoce antes de saber hablar». ¿Qué miradas tenemos sobre el mundo educativo? ¿Tienen importancia las palabras que lo definen? En una reunión reciente, profesionales de la educación compartimos reflexiones sobre modelos educativos. Tres preguntas estructuraron las competencias y habilidades: ¿Quién soy?, ¿Qué me hace feliz y me hace crecer?, y ¿Cómo puedo transformar el mundo? Cada una se vinculó a un infinitivo: descubrir, disfrutar y transformar, lo que generó debate. Especialmente, cómo interpretar "disfrutar" en un contexto formativo, dado que quienes dialogaban eran mayoritariamente educadores.
¿Cuál es el objetivo esencial de una escuela? Existen maneras de mirar, cada una con palabras clave. Para algunos, la educación debe centrarse en que el alumno disfrute, se lo pase bien y sea feliz. A veces, se confunden objetivos con resultados. Si disfrutar es lo más importante, alternativas más atractivas que un aula son fáciles de encontrar. Para otros, el objetivo principal es aprender, y el hecho de lograrlo genera el gusto de saber más. Aprender en un clima afable y exigente aporta satisfacción y alegría en aras del desarrollo personal. Implica esfuerzo, superar dificultades, afrontar frustraciones, compartir proyectos y celebrar progresos. En el fondo, se trata de aprender a vivir. Como dice el Eclesiastés: «Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo» (3,1). No hay que renunciar al disfrute, sino valorarlo como una consecuencia, no como un objetivo.
La felicidad es como la cola del gato. Quien la busca acaba girando en torno a sí mismo. En cambio, si el gato vive y avanza, la cola le sigue. La felicidad acompaña a quien vive con sentido y entrega. Si se busca el disfrute sin más, se cae en la trampa del hedonismo. Aprender es otra cosa. Un campesino lo ilustra mejor: hay que sembrar, cuidar la planta, ser paciente, dejar crecer y, en su momento, cosechar. La tecnología a menudo fomenta la velocidad y el vértigo. La educación, en cambio, se orienta hacia la lentitud, la madurez y la profundidad.
Dos grandes pensadores aportan respuestas a las preguntas iniciales. Theodor W. Adorno advierte que «la exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación». Jacques Delors recuerda que los cuatro pilares de la educación son: «aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a vivir con los demás». Llamar a las cosas por su nombre, sin algodones ni edulcorantes, es una buena práctica. En definitiva, se trata de que los alumnos sean sujetos responsables de su propia educación.