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No me lo encontré a la vuelta de la esquina, ni se me apareció en un momento de fervor. No lo ví en medio de la pompa de grandes liturgias, ni tampoco me sorprendió desde una nube interrumpiendo las leyes de la naturaleza ni alterando el ritmo del tiempo.

No, su presencia fue mucho más elocuente, discreta y a la vez real que todo eso, y la certeza de que fue Él, me dejó una gran paz que me acompaña y me anima a seguir atenta, descubriéndole cada día en medio de lo más sencillo y valioso de la vida, en lo más inesperado, en las sorpresas de la cotidianidad.

Lo encontré en el Banco de Alimentos que abrimos en Manresa, en aquellos que vienen a pedir “el pan de cada día”, y que a pesar de todo, ¡no pierden la fe! Se hizo evidente en la confianza de aquellos que viven al día y confían, en medio de su dolor y vulnerabilidad, en medio de la pobreza y la humillación, que Dios no les abandona.

Lo ví en el gesto solidario, comprometido y perseverante de los voluntarios que con cariño y delicadeza exquisita dedican horas y esfuerzos para atenderles y escucharles con paciencia y comprensión, haciéndose cargo de su situación y poniéndose en su piel.

Palpé su compañía y fidelidad cuando en el momento oportuno llegó aquello que más necesitábamos, y cuando pudimos alimentar a cien, mil y dos mil personas teniendo sólo las manos abiertas para recibir cuánto nos daba cada día la gente, le sentí cuando pudimos repartir gratis lo que gratis se nos había dado.

Conocí que su nombre es de verdad Providencia, y supe que vela de día y de noche por cada uno de sus pobres, mucho más de lo que lo hace por las aves del cielo y los lirios del campo; y supe que es verdad, que Él está presente y silencioso cada vez que oramos y le pedimos, dándole gracias porque sabemos que siempre nos escucha; cada vez que le pedimos algo en nombre de Jesús. Sé que nos escucha sin hacer ruido y que responde pasando desapercibido.

He visto a Dios: le he visto vestido de carne humana, le he sentido en el clamor de los pobres, y se me ha manifestado en la tierra sagrada de los hermanos, en sus llagas, en sus dolores y esperanza.

Dicen que nadie puede ver a Dios y seguir con vida, yo le he visto y VIVO más que nunca

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