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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

La puesta al día de la Iglesia, que propulsaron los papas Juan XXIII y Pau VI a través del Concilio Vaticano II, supuso trasladar al desván eclesial algunos objetos y prácticas, que cayeron en desuso o que contradecían la nueva sensibilidad e, incluso, los planteamientos teológicos renovados. La silla gestatoria, por la misma voluntad papal, quedó como pieza de museo, del mismo modo que la tiara dejó de ser utilizada y sólo se conserva en las pinturas de época. Otros objetos y prácticas no han perdido valor, pero sí cierta vigencia o actualidad. Para un sector, se trata de pérdidas que habría que recuperar. Para otro sector, todo ello se considera prescindible y el hecho de haberse desprendido ha sido un avance, aunque insuficiente, porque la tarea no se ha acabado.

No obstante, se ha producido un hecho significativo. La sociedad secular ha subido al desván eclesial y ha recuperado objetos y prácticas, dándoles otro uso y contenido. Con frecuencia, ha criticado los planteamientos religiosos, pero se ha apropiado de sus formas. La confesión se sustituye por la entrevista con el psicólogo o el psiquiatra. La confesión sacramental se realiza en la intimidad y la confesión personal ante las cámaras de televisión. Las estatuas de los ángeles se han recuperado por las nuevas creencias. El incienso del turiferario se ha convertido en las barritas que perfuman los ambientes. Los rituales litúrgicos se transforman en rituales laicos. La nueva mentalidad rehúsa creer en los milagros, pero se imparten por doquier cursos de milagros, en los que la gente cree a pie juntillas y paga una sustanciosa inscripción. El ayuno y la abstinencia se transmutan en dietas y en opciones vegetarianas; mal vistos los primeros, muy en línea moderna las segundas. La música gregoriana se utiliza, fuera de las celebraciones litúrgicas, en las terapias psicológicas del método Tomatis y se convierten en un hit parade a través de la música de Silos. Se cierran los seminarios menores, porque a edad tan temprana no se debe sacar a los niños de sus hogares, mientras se abre la Masía, con niños de las mismas edades o más pequeños aún. Se desechan las procesiones para no interrumpir el tráfico y molestar a los ciudadanos, mientras proliferan las manifestaciones y los cortes de las rondas, con permiso o sin él. La obsesión por el sexo se traslada a los locutores de televisión, como evidencia una presentadora del Matins que pregunta a un seminarista feliz de serlo si ha mantenido relaciones sexuales o como sucede en cada programa del Juego de tu vida, en que la respuesta verdadera es siempre la más escabrosa. Las plegarias, al inicio de los acontecimientos deportivos para homenajear a un difunto, se convierten en minutos de silencio. Los viejos púlpitos caen en desuso mientras algunos tertulianos pontifican, a menudo, desde los nuevos púlpitos de las radios y de las televisiones. El lenguaje religioso, con su vocabulario preciso, es absorbido por el periodismo deportivo que convierte en dios a los mejores jugadores y en santos a los mejores cancerberos que mantienen su portería imbatida. Los ejemplos pueden multiplicarse. La inquisición se suplanta por la dictadura de lo políticamente correcto, que aniquila a todo aquél que no sigue sus postulados.

El cambio tecnológico en estas décadas ha sido espectacular, pero las transformaciones humanas son más lentas. Se ha desposeído de contenido religioso muchos objetos y prácticas, que se han mantenido con un sello secular de nuevo cuño, porque no es fácil desprenderse del substracto antropológico que los sustenta.

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