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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
Ciudad del Vaticano, 28 de febrero, 8 de la noche. La sede de san Pedro está vacante. El Papa no ha muerto. Ha renunciado. A partir de este momento, los mecanismos sucesorios se han puesto en marcha. No hace falta preparar ningún funeral ni concentrar en el espacio interior que encierra la columnata de Bernini a jefes de Estado y representantes políticos de alto nivel para asistir a los ritos funerarios. Benedicto XVI desaparece por el foro, se va dos meses a Castelgandolfo hasta que se termine la remodelación del monasterio en el interior del Vaticano que le va acoger hasta su muerte. Soledad ante Dios, anonimato ante los hombres. Obispo emérito de Roma. Ésa es su elección. No ha querido apurar el desempeño de su cargo hasta el final. Confía en que el Espíritu iluminará a su sucesor. Tiempo de gobernar. Tiempo de renunciar. Sabiduría del Eclesiastés encarnada en su vida.
Ahora es la responsabilidad de los cardenales electores en diagnosticar la situación actual de la Iglesia, trazar el perfil del nuevo candidato, priorizar la opción por el Reino frente a los intereses de grupo, discernir espiritualmente su voto y confiar en el impulso del Espíritu. ¡Ojalá resuene en el interior de cada uno de los cardenales la frase que se repite frecuentemente en la Bíblia: «No tengáis miedo.» Los cristianos no podemos dejarnos arrastrar por la desesperanza ni por las presiones mediáticas que soplarán hacia un lado u otro. Cabe relativizar la figura del Papa, como acaba de hacer Benedicto XVI, para centrarse en Jesucristo. Se trata de buscar la coherencia personal de la fe de cada uno sin perderse continuamente en intrigas palaciegas, en críticas sistemáticas a la jerarquía, en divisiones de tendencias. Aquí y ahora, ¿cómo puedo vivir en comunidad eclesial mi fe en Jesucristo?
Se espera del nuevo Papa la misma libertad de espíritu que ha manifestado Benedicto XVI. El nuevo Papa, sabiendo que su antecesor vive y que algunos querrán utilizarlo para sus intereses, está llamado a decidir sin miedos ni censuras. Los problemas pendientes no deben eternizarse, sino que se deben afrontar con inteligencia y valentía. Cambiar aspectos importantes de la curia vaticana no es un tema menor, pero es mucho más importante comprometerse seriamente en el anuncio de la Buena Noticia y en la proclamación del Reino de Dios. Desde esta óptica, las reformas en determinados puntos son imprescindibles. La renuncia de Benedicto XVI es la primera renuncia de un Papa en la era global. Antes, se reducía a unos pocos países. Ahora, se cumple más que nunca el mandato de Jesús: «Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). En el núcleo y en la periferia. El cónclave no tiene que realizar mis sueños ni los suyos propios, sino llevar a cabo los sueños de Dios.
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