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Por Ramon Bassas .

Sí señor. Un artículo hasta ahora inédito de Anthony Burgess que publicaba el suplemento "Babelia" de El País del pasado sábado [véase aquí] me da algunas claves de una honda intuición que me persigue. El escrito data de 1972 y el autor dee La naranja mecánica (A Clockwork Orange), escrita diez años antes se ve obligado a explicar su significado puesto que, a pesar del éxito del libro y -sobretodo- de la magnífica adaptación de Kubrik, la gente no hacía más que pedírselo. Ahora, con motivo del cincuentenario de la novela original, se ha rescatado este artículo.

Hay dos líneas argumentales-entrelazadas-que son descritas de forma brillante. La primera, una crítica católica al puritanismo protestante. La segunda, una reivindicación de la libertad hasta el punto de defender la posibilidad del mal ya que, sin ella, no hay libertad. Los dos argumentos me entusiasman. Y creo que hoy son tan contracorriente que debe ser un acto de militancia ponerse a defenderlos.
"El catolicismo" -dice Burgess- "rechaza una doctrina que parece enviar a algunos hombres con arbitrariedad al cielo y otros-también con arbitrariedad-al infierno. Nuestro destino futuro, dice la teología católica, está en nuestras manos. No hay nada que nos impida pecar; pero tampoco hay nada que nos impida emprender las vías de la gracia divina que nos garantiza la salvación ". Lo opone a las corrientes calvinistas los que "uno de los rasgos de depravación católica era precisamente que se dejara que cada hombre se labrase su destino. De ahí que se cerraran burdeles (al contrario que en los países católicos), se prohibieran frivolidades como las obras de teatro y la literatura de calidad y se instaurase la pena de muerte por adulterio".
El escritor inglés lo compara con 1984 de Orwell , de quien dice que demostró que la docilidad sumisa que los estados desean se obtiene mejor con métodos no aversivos, o con su estancia en el ejército: "Tras seis años de aquella vida, puedo simpatizar con el civil que está harto de tomar sus propias decisiones: dónde comer, a quien votar, qué ropa vestir. es más fácil que a uno le digan lo que debe hacer". Y dice más adelante (perdonad que alargue en las citas) que "necesitamos términos absolutos como bien y mal. Nuestra actitud hacia el bien incluye una falta de compromiso, de convicción: estamos más acostumbrados a que nos digan que no hagamos el mal que a que nos animen a hacer el bien".
Burgess, así, construyó un personaje que, reeducado con métodos conductistas para reprimir sus instintos malévolos y violentos, acaba sintiendo náuseas de todas las experiencias que asociaba al mal (la música, el sexo, cualquier relación ...), de modo que "como que los hombres no somos máquinas ", estudia formas más elaboradas de agresión. "Lo que yo trataba de decir" -explica Burgess- "era que es mejor ser malo por decisión propia que ser bueno por un lavado de cerebro científico".
Mi intuición es precisamente esta: no es posible la bondad por decreto, la felicidad impuesta, el control maquinal de los individuos "por su bien". Que es inhumana la negación del mal, la represión de los instintos violentos, la uniformidad. Y eso no lo queremos reconocer.
Uno de los ejemplos lo citaba de Burgess más arriba: la prostitución y esta manía legalista per prohibirla que nos viene de ese norte allá "donde dicen que la gente es limpia / y noble, culta, rica, libre, / despierta y feliz!" como entusiasmaba a Espriu. En el campo político (lo digo por experiencia) nos resulta insoportable que no se controle ningún resorte, ni ningún espacio de la ciudad: todo tiene que ser previsto, prevenido, controlado, gobernado, iluminado. En el campo educativo (y lúdico) también triunfan de vez en cuando las teorías que reclaman el juego no competitivo, ignorantes de que la cooperación es hermana de la competición, y no enemiga. Y en el campo simbólico es donde más se nota, creo yo, esta nueva invectiva "buenista": he hablado en este blog a propósito de lase emisiones televisivas de boxeo [aquí ] o los toros [aquí].
Del mismo modo, se excluye toda posibilidad de tristeza y de infelicidad, como si fueran patologías a curar, en vez de incentivos o consecuencias de nuestra condición humana, que crea y destruye. "El hombre es, casi por definición, una criatura inquieta, creativa, destructiva, dado a la euforia y el dolor. El joven salvaje exige lo que el mundo perfecto no puede darle -la infelicidad- y ​​se suicida", describe. No hay mundos perfectos. Ni ganas.
El propio Burgess nos da aún otra clave, la de la propia creación divina, que tiene por objeto (y sujeto, después) este ser imperfecto que somos, ese ser hijo de Dios que lo es gracias al límite (del más acá y del más allá, como ha teorizado en nuestro país Eugenio Trías), no a la omnipotencia." Un Dios omnisciente y omnipotente, como gesto de amor hacia el hombre, limita Su propio poder y Su propio conocimiento".
Debo decir que me inquieta mucho más una novela, o una película, o una canción, hechas de azúcar que no con alguna buena dosis de mal. Y de mal ambiguo, como lo es el que nos encontramos habitualmente en nuestro entorno y el que, seguramente, hacemos nosotros mismos. Si hay que combatirlo, hay que conocerlo. Hay que dominarlo, hay que "empalabrarlo", hay que domarlo, tenemos que verle, debemos compensar su deseo destructivo, hay que describirlo, debemos reconocerlo como posibilidad si queremos ser libres, hay que verle la cara (bajando a los infiernos) con la dificultad que tienen todas las cosas que no vemos nítidamente. Como el bien. Y si lo obviamos se nos acabará comiendo por dentro, nos desboordará, como a Álex de La naranja mecánica.
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